El 31 pasé por
Villa Gesell. Hacía mucho que no iba. Por lo general, el turista viaja a la
costa para divertirse y descansar. En cambio yo voy a hacer peritajes; mi tarea
es hallar momentos, lugares o cualquier otra evidencia de mi primera juventud
(ahora estoy en la tercera).
Esta vez no
quise pasar por la puerta de las casas y departamentos donde alguna vez me
alojé con amigos. Es un ejercicio que me agota y que le aburre mucho a Kary, aunque
ella me jure lo contrario. En las dos horas que estuve caminé un poco por el
centro y otro poco por la playa. La
Avenida 3 estaba llena de gente, a pesar de que ya casi era
nochevieja. Transitar de nuevo esas veredas fue raro. En parte, porque se enciende
el motor de los recuerdos: esa obsesión por el juego de las diferencias que
cada treinta segundos me hace decir “Ahí, en ese local donde venden máquinas de
sacar selfies, en el 93 había un bar de mesas con teléfono que se llamaba Phone
me...”
Pero pasear por la
3 también fue raro por el contraste, porque en el reflejo de las vidrieras veía
a un señor mayor, que era yo, braceando en un mar de pendejada, que también era
yo pero con veinte años de diferencia. “No es calle para viejos”, “en mi época
era distinto”, “la cumbia le ganó al rock” y cosas por el estilo gritaba en mi
cabeza ese cascarrabias mayor, que era y no quería ser yo.
Cuando llegué a la 105, entré a la vieja galería y me
alegré al ver que aún seguían en pie un par de librerías de viejo, pero sentí
una especie de tirón cuando llegué al fondo y vi que el cine había cerrado. Volví
a la principal, hice una cuadra, doblé en la 106, y ahí mi mismo renuncié a la
excursión: el Carlitos de Gesell, el que estaba frente a Dixit, se encontraba tapiado
y en alquiler. Saqué una foto y enfilé hacia el salvoconducto de la Avenida 4. Podría haber seguido
por la 3 hasta Centerplay y decirle a Kary: “Mirá, mirá. Acá, en enero del 92,
una vez, a eso de las cuatro de la mañana, pasó tambaleando Cucho Parisi, el de
Los Decadentes. Nos acercamos a saludarlo y terminó contándonos que Raquel, la mina
de la canción, en realidad se llamaba Rebecca y era más fácil que...” Sí, podría
haber torturado a Kary con esa y otras anécdotas pelotudas, dignas de un
enfermo de los recuerdos insignificantes, pero preferí decirle: “volvamos, me
duelen las piernas”.
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