jueves, enero 08, 2015

No es calle para viejos



El 31 pasé por Villa Gesell. Hacía mucho que no iba. Por lo general, el turista viaja a la costa para divertirse y descansar. En cambio yo voy a hacer peritajes; mi tarea es hallar momentos, lugares o cualquier otra evidencia de mi primera juventud (ahora estoy en la tercera). 
Esta vez no quise pasar por la puerta de las casas y departamentos donde alguna vez me alojé con amigos. Es un ejercicio que me agota y que le aburre mucho a Kary, aunque ella me jure lo contrario. En las dos horas que estuve caminé un poco por el centro y otro poco por la playa. La Avenida 3 estaba llena de gente, a pesar de que ya casi era nochevieja. Transitar de nuevo esas veredas fue raro. En parte, porque se enciende el motor de los recuerdos: esa obsesión por el juego de las diferencias que cada treinta segundos me hace decir “Ahí, en ese local donde venden máquinas de sacar selfies, en el 93 había un bar de mesas con teléfono que se llamaba Phone me...”
Pero pasear por la 3 también fue raro por el contraste, porque en el reflejo de las vidrieras veía a un señor mayor, que era yo, braceando en un mar de pendejada, que también era yo pero con veinte años de diferencia. “No es calle para viejos”, “en mi época era distinto”, “la cumbia le ganó al rock” y cosas por el estilo gritaba en mi cabeza ese cascarrabias mayor, que era y no quería ser yo.
Cuando llegué a la 105, entré a la vieja galería y me alegré al ver que aún seguían en pie un par de librerías de viejo, pero sentí una especie de tirón cuando llegué al fondo y vi que el cine había cerrado. Volví a la principal, hice una cuadra, doblé en la 106, y ahí mi mismo renuncié a la excursión: el Carlitos de Gesell, el que estaba frente a Dixit, se encontraba tapiado y en alquiler. Saqué una foto y enfilé hacia el salvoconducto de la Avenida 4. Podría haber seguido por la 3 hasta Centerplay y decirle a Kary: “Mirá, mirá. Acá, en enero del 92, una vez, a eso de las cuatro de la mañana, pasó tambaleando Cucho Parisi, el de Los Decadentes. Nos acercamos a saludarlo y terminó contándonos que Raquel, la mina de la canción, en realidad se llamaba Rebecca y era más fácil que...” Sí, podría haber torturado a Kary con esa y otras anécdotas pelotudas, dignas de un enfermo de los recuerdos insignificantes, pero preferí decirle: “volvamos, me duelen las piernas”.

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