sábado, noviembre 13, 2010

Sé que sí: el chico que fui perdona al gilazo que soy




Los poetas dicen que la verdadera patria de las personas es su infancia, no estoy de acuerdo. Para mí la infancia no es una bandera, sino una religión. Todos los días, apenas me levanto, miro la foto de cuando era chico, me arrodillo y le rezo. La verdadera luz de mi heladera es esa foto pegada en la puerta. Cada mañana le ruego que me ayude a mirar como miraba entonces. Le pido que me enseñe a desenredar los días como lo hacía en esa época: jugando. Jugando con entusiasmo, con curiosidad y, sobre todo, con coraje.
Por supuesto, hay momentos que no recuerdo, pero de algo estoy seguro: yo era valiente. Sí, de chico yo era grande y valiente de verdad. Por eso, todas las mañanas me arrastro hasta la foto del pequeño que fui y le pido perdón. Perdón por haberle fallado. Perdón por no haberle cumplido los sueños. Perdón por haberme convertido en esto que soy.

lunes, septiembre 20, 2010

Etapa Rosa


Todos tienen su etapa rosa. Para algunas parejas, la etapa rosa dura minutos. Para otras, la mayoría, se extiende durante meses. Y para unos pocos, la etapa rosa deviene en etapa marrón.
Y dura siglos.
La etapa rosa florece en el nacimiento de toda pareja. Sin etapa rosa no hay verdadera unión. Es que si algo caracteriza a la etapa rosa, es la total idealización de la otra persona.
Son meses en los que el corazón late más rápido, la razón pierde la razón, y el cuerpo flota. Al principio, estás tan enamorado del amor, que sentís que vas a estallar. Tu amor es tan grande, tan completo e indescriptible, esperaste tanto ese momento, tenés tantas, pero tantas ganas de fundirte en el otro, que sólo ves en el otro el reflejo de aquello que querés ver. Encima, como si esa dulce ceguera no alcanzara, el otro redobla la apuesta y sólo te muestra lo mejor que tiene.
En la etapa rosa, todo lo que dice tu pareja es cautivante, embriagador. Abundan los besos, los abrazos, las declaraciones empalagosas y los regalos. Se festejan los meses, y se habla una y otra vez de las circunstancias, de las “causalidades” que llevaron a que las dos vidas se cruzaran, chocaran y explotaran, iluminando para siempre las existencias.
Otra particularidad de la etapa rosa, es el lenguaje. En cierta forma, el habla se deforma. Se infantiliza. Se vuelve al estadio de los diminutivos y al vicio de los apodos infantilizados.
Con Camila, no sé por qué, tuvimos la mala fortuna de no poder superar la etapa rosa. Después de dos años, ella quería que siguiéramos festejando los cumple mes, y si bien no me molestaba, lo que más me importaba era que volviéramos a hablar normalmente. Ni siquiera como adultos, sino como los post adolescentes que habíamos sido cuando nos enamoramos.
–¿Me querés? ¿Hasta dónde?
–Hasta el cielo.
–No, hasta el cielo no, malo. ¡Es muy cerca!
–Bueno, te quiero hasta el cielo ida y vuelta. Ida y vuelta muchas veces.
–¿De verdad? ¿Cuántas veces”? ¿No estás cruzando los dedos, no? Jurámelo.
Y así horas.
También estaban los SMS: “¡¡Hola cosita linda!! Recién pasé por la rotisería y compré comidita rica para que comamos juntitos. Te extraño. Besinhos”.
El tiempo pasaba y yo trataba que, de a poco, nos fuéramos estabilizando. Y que a partir de ahí cambiáramos la manera de comunicarnos. En especial cuando estábamos con otra gente. Pero en lugar de eso, me encontré teniendo conversaciones cada vez más extrañas:
–¿Me querés?
–Claro que te quiero, zonzita. Te quiero mucho mucho.
–¿En serio?
–Por supuesto. Te quiero como novia, como futura esposa y como madre de mis hijos.
–¿Cómo qué más?
–Ya está, ya te dije.
–No, dale, ¿cómo qué más me querés?
–Bueno, está bien: te quiero como persona, como mujer, como jugadora de vóley, como empleada administrativa y como estudiante.
–No, como estudiante no quiero que me quieras. Este año me fue re mal en esos finales de porquería.
Así, meses. Hasta que cambié de estrategia.
SMS de ella: “Hola cosita hermosa, ¿vamos al cine hoy? Besos. Te quiero mucho”.
Respuesta: “¿Me querés como hombre, como novio, o como microemprendedor?”.
Otra vez, llegó tarde a casa y me dijo:
–Vinieron unos clientes y la idiota de mi jefa me hizo quedar una hora más. Totalmente al pedo.
–¿Al pedo la hora, al pedo los clientes o al pedo tu jefa?
Al principio se reía. Al igual que cuando yo la perseguía tratando de abrazarla, rogándole un beso más. Pero después de un tiempo, se ponía a gritar: “Bastaaaaaaa”, o “¡Cortala neneeee!”, o “No te banco mássss”.
Por último, cuando durante una pelea interrumpí sus quejas y amenazas con: “¿Me lo estás diciendo por las buenas, por las malas, o por la dudas?”, pegó un portazo y no la vi más.
Ahora estoy más tranquilo, no lo niego. Pero tampoco puedo jurar que no pienso en ella. La extraño. Por momentos un poco, y por momentos muchito. A la noche la extraño por las buenas, por las malas y por doquier. La extraño como decir de acá a la luna, como decir Infinito Punto Rojo, que es mucho más lejos que Infinito Punto Verde.
MV

martes, julio 27, 2010

Derrumbe



Lo admito: durante años estuve tratando de no crecer. Es increíble el esfuerzo que hice. Y es increíble cómo, indirectamente, herí a quienes trataban de ayudarme. Para mí, todo lo que tenía que ver con madurar, era decadencia. Todo lo que se parecía a crecer, era traición. Y todo lo que implicaba compromiso, era resignar lo único valioso, la libertad.
Cada amigo que se casaba, era un amigo devorado. Cada amigo devorado era la sombra, el bosquejo de lo que había sido. El Sistema, con su educación, sus empleos, sus esposas y sus mandatos, era un Pacman, y no perdonaba. Se tragaba vidas enteras, y cada amigo que se consagraba al trabajo y la familia, era un amigo que marchaba hacia la más absurda de las guerras.
Pero la vida, el destino o lo que sea, luego de una tregua se encargó de llevarme de las orejas a mi lugar. Todo lo que había temido, y esquivado, me lo puso en las narices, justo cuando iba a toda velocidad.
En estos últimos años, me tocó la primera fila de una película que no pensaba ni espiar. Si me preguntan, es cierto, quedé un poco afectado. Eso cualquier nieto de Freud lo sabe. Pero yo también sé que valió la pena: en medio de toda esa locura, por primera vez sentí que de verdad ayudaba a alguien… y tratando de ayudar, me salvé yo.
MV

miércoles, julio 21, 2010

Ido con mis ídolos

No podía salir de la cama. Era domingo y faltaba un rato para el atardecer, pero esta vez no necesitaba que cayera el sol para deprimirme, el bajón era previo. El sábado la Argentina había sido eliminada del Mundial, y desde entonces no podía esquivar el duelo, torturándome con cuanto programa de fútbol se me cruzara. Cuánto más conventillero, mejor. Si hablaba Sanfilippo, mucho mejor. Pero en determinado momento, por combinación del zapping y la penumbra de la habitación, la pantalla del televisor me hizo chocar con mi propio reflejo, y lo que encontré me asustó: los calzoncillos del elástico gastado, la panza, el pelo grasiento… un hombre despatarrado en la resignación, con la única ambición de no tener que ir nunca más a ninguna parte.
Apagué la tele, pateé las sábanas y salí a inflar la bici. Fui hasta los bosques de Palermo, y no sólo pedaleé, sino que también me bajé y corrí dos vueltas al lago. De regreso, desesperado por comprobar si en la enésima repetición los alemanes seguían convirtiendo el gol desde el vestuario, en la vereda distinguí a un hombre vestido completamente de negro: saco, boina, una beba en brazos. Al lado, una mujer. Su mujer. No puede ser, me dije, y volví a mirar. Entonces él me miró, como esperando que lo saludara. El pelo largo, oscuro, contrastando con las legendarias patillas, ahora canosas… Al pasar a su lado alcé la mano, sonreí, y en el escalofrío del momento me salió: “¡Hola Guille!”, como si fuera un compañero de oficina. Me devolvió una sonrisa cómplice, acompañada de un “Qué tal, cómo estás”…
Eso fue todo. Cuando quise darme cuenta, Willy Vilas se había quedado diez metros atrás, esperando que desde dentro de una casa le abrieran la puerta. No me daba para volver, pero sí para continuar el viaje imaginando que retrocedía, le estrechaba la mano y le soltaba un improbable discurso. Algo así como: Hola Willy, nada más quería darte las gracias. No me conocés, pero fuiste importante en mi vida. Todavía puedo recitarte los dieciséis títulos que ganaste en el 77, o la cantidad de partidos que te mantuviste invicto en canchas lentas… ¿pero sabés qué?, por momentos no te bancaba. Cualquier cosa que te preguntaban, sólo hablabas de vos. Siempre eras vos, vos y vos… Seguramente seguís igual. La diferencia es que ahora te entiendo. Me imagino lo ingrato que es ser ídolo en este país. Sobre todo me imagino lo difícil que es volver a la vida normal luego de haber alcanzado La gloria. Así como yo todavía estoy en el Mundial, esquivando mi vida, sé que una parte tuya permanece en Roland Garros, revoleando la raqueta al cielo.
Guille, una vez, hace mucho, en un reportaje te preguntaron si tenías ídolos. Primero respondiste que no, pero después tu mirada viajó hasta París y se detuvo frente a la tumba de Jim Morrison. Ahí te diste cuenta de que sí, de que los ídolos podían tener ídolos y que admitirlo no era tan grave.
Al igual que muchos chicos que iban a verte al Buenos Aires, me pasé la infancia y la adolescencia dándole a la pelotita. Primero el frontón, después los canastos y la ropa teñida de naranja. Y vos eras el camino, la demostración de hasta dónde se podía llegar con talento y, sobre todo, trabajo. Lo intenté durante años, hasta que un día me pareció que el tenis era una ruleta en la que mis viejos ponían fichas, y mi juego naufragó en un mar de ceros. Entonces llegó el rock. Rock para exorcizar los miedos. Rock para tapar la tristeza. Rock para no ser yo. Y en el medio del vendaval vos te quedaste en un póster, a mi lado, hablándome del esfuerzo, de la disciplina, del coraje, de la determinación para alcanzar los sueños… equilibrando el marcador cuando nuestro ídolo en común, Jim Morrison, desde sus canciones me invitaba a seguirlo para siempre…
…hasta el fin de las risas y las dulces mentiras.
Hasta el fin de las noches en que intentamos morir…


MV

miércoles, julio 14, 2010

Por no lanerpo a tiempo (Crónica de una eliminación)

Diego tiene que seguir. Lo digo de corazón, más allá de que me elija, o no, para que lo siga acompañando.
Nos hicimos amigos en el 94, preparándonos para el Mundial. La vez que Fito Páez y Andrés Calamaro fueron a la concentración a dedicarle un tema, yo lo acompañé a pedirle permiso al Coco para salir un rato, y estuve todo el tiempo detrás de cámaras, congelándome. Cuando en medio de la nota Diego dijo: “Muchachos, metámosle pata que hace un fresquete bárbaro”, supe que íbamos a ser grandes amigos… Lo que no supe fue que catorce años más tarde íbamos a estar serruchándole el piso justo al Coco.
No entiendo a los que se quejan de la selección. Seguro que son los mismos que se quejan del país. No ven que la Argentina es una tierra de oportunidades. Yo, por ejemplo, hasta hace poco laburaba de amigote, y ahora soy Técnico de la Selección. Llegué al Mundial sin títulos ni experiencia, y formé parte del primer seleccionado de la historia que jugó sin volantes ni marcadores de punta. Si eso no es crecer, entonces los argentinos somos todos cuarto-finalistas de alma.
Se hizo todo lo que estuvo a nuestro alcance, y más. No fue fácil. La prensa, los rivales, las lesiones, los compromisos, y sobre todo juntarnos a la noche, tomarnos de la mano entre los tres y rezarle a Dalma, Gianina, la Tota, Benjamín y todos los santos.
Lo más difícil de ser técnico fue dirigirlo a Diego. Los jugadores respondían de maravilla. Con él se nos complicó. Para distraerlo y poder laburar tranquilos, el Negro y yo teníamos que picarlo. Le decíamos: “Diego ¿¿escuchaste lo que dijeron Platini y el vende patria de Lavolpe??”, “¡Diego, el grone Pelé volvió a hablar. Ubicalo!”, “¡Diego, la pelota que puso el mafioso de Blatter es un globo!”, “¡Diego, hay que llorar más, nos están dando nada más que un gol en offside por partido!”, “Diego, Toti Pasman declaró que ya se cansó de tenerla adentro”, “Diego, los periodistas necesitan que les des clases de italiano”… Entonces, mientras él iba y se peleaba con todo el mundo, el Negro y yo armábamos el equipo.
Todo perfecto, hasta que en una conferencia de prensa un tipo lo rozó para acomodar el micrófono. Ahí él se calentó en el sentido más cachondo de la palabra. “Mejor no me toqués mucho que hace días no veo a mi novia”, le dijo. Quince minutos después tuvimos que llevarlo a “lanerpo”, como le gusta decir. Recurrimos a un cabarulo porque la novia no estaba… y porque Claudia nos sacó cagando. En realidad la novia estaba, pero indispuesta, y todos saben que Diego odia el chorizo a la pomarola.
La negra que le llevamos lo puso a tope. Se echó dos al hilo y, en lugar de volver a la concentración, quiso quedarse un rato. Encendió un habano y en diez minutos se clavó tres whiskys. Entonces empezó con la arenga: “¡El que no moja es un inglés!”, gritaba. A mí me llevó aparte y me dijo: “Mancu, si ninguna de estas hembras te gusta sos Andrea Boccelli”. Al que le llevaba la contra, lo acusaba de debutar con un pibe. Hasta el cabezón Ruggeri y el Chino Tapia se engancharon. Fue muy emotivo. Terminamos todos en bolas, revoleando la ropa y cantando abrazados: “QUE VAMO´ A SALIR CAMPEONES COMO EN EL 86…”
Como comentó Diego después: esa noche el pasado nos cortó las piernas.
El Mancu


sábado, junio 19, 2010

Viernes 1:57 AM, en el cumpleaños de un ex amigo


Hubo un momento en que cambié de táctica. Pasé a la defensiva y no puedo determinar cuándo. De soñar con emborracharme, dispararle a las mujeres más hermosas, recorrer el mundo y escribir cicatrices con forma de poemas, terminé en la cajita feliz de los 14 días libres al año, obra social, siesta los domingos y ninguna discusión con mi jefe o mi mujer.
Doy vueltas por la casa, me cuelo en los pequeños grupos, picoteo de las conversaciones. En este último tiempo aprendí a hablar sin decir nada. Pienso en los grandes autores, algunos dicen que los años nos hacen sabios. Otros, que nos vuelven cobardes, descerebrados.
Me parece que las cosas van perdiendo el encanto hasta convertirse en lo que son: sueños mal inflados, anécdotas gastadas, fotos de lugares a los que volvemos sin haber visitado.
Memoricé el manual de lo que debe hacerse a cada edad, fui de la primera línea hasta la retaguardia, canjeé la intensidad por la calma, pero lo que duele es seguir aturdido. Es que se me mezcla el ruido de las discotecas con el de los cochecitos y los sonajeros. Algo sucedió en el medio, me digo, y entonces te aviso que voy al baño y me escapo al jardín, un poco mareado.
Camino solo. Es tarde. Todo el tiempo busco estados que, apenas alcanzo, desaparecen. ¿Dónde nació esta nada? ¿Quién la sembró? ¿Cómo éramos cuando creíamos que teníamos lo que teníamos? ¿Miedo al futuro es lo mismo que nostalgia? ¿El sendero de la rutina conduce al palacio de la frustración? El olor a pasto mojado se mezcla con la inocencia y el entusiasmo de viejos veranos. Pienso en nosotros, en nuestras posibilidades. Te someto a juicios viciados de dramatismo. Te llevo por los pasillos de la memoria y te fiscalizo en el recuerdo de los amigos caídos, en las últimas palabras antes de que nos devoraran todos esos “sí, mi amor”, “sí, jefe”.
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miércoles, mayo 05, 2010

El péndulo

Me muevo como un péndulo. No consigo dar en el centro. Paso de la animalada al miedo, y de la burla al lamento. Soy un bravucón o un hipersensible. Oscilo entre la violencia y la blandura obscena. Escupo y lastimo a mansalva, o me matan con una palabra. Juego al sarcasmo, hasta que me vuelvo susceptible y delicado.
Si de algo me sirvió la senda del continuo error, es que ahora me conozco. Y sé me gustaría ser más hombre y menos bestia. Más hombre y menos nena. Pero hace años que lo intento y no encuentro el equilibrio. Jamás logro combinar la fragilidad de la ternura con el fuego de la firmeza.
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miércoles, abril 07, 2010

Héroes

Si estuviese conforme con todo esto, podrías considerarme muerto.
Si estuviese del todo vivo, no estaría tumbado, enganchado al suero de las canciones.
Quizás consumí demasiada basura y ahora empiece a vomitar.
Quizás me conozco poco o nada, pero lo cierto es que no tengo héroes vivos.
Lo siento por Bowie, pero todos mis ídolos despegaron. Fueron demonios y el tiempo los hizo ángeles. Ningún disparo, ninguna biografía puede bajarlos. Ellos viven dentro de mí, posterizados, cansados, incapaces de defraudarme.
Ninguna recompensa me devolverá el tiempo perdido por haber recorrido cientos de nuevos discos y no haber encontrado nada, excepto el ruido de las discográficas fajando billetes.
Por eso vomito estas palabras, porque no las soporto dentro mío.
Por eso, como en la canción, me paro contra la pared y espero que los días me acribillen, mientras pienso en mis héroes, dejando que vivan por mí cada vez que me siento muerto.
Aunque ellos también lo estén.
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domingo, marzo 14, 2010

Mi psicólogo y yo

El primer gran descubrimiento al que arribamos
(luego de años de lucha y trabajo)
fue que necesito desurbanizarme:
algo así como evitar choques con autos
bicicletas, deliberys, volanteros,
y señoras con bolsas de Coto.
Tampoco me hacen bien las filas, el subte,
los piquetes, la hora pico,
ni la verba furiosa de algunos taxistas.
Entre mi psicólogo y yo concluimos
que lo más sano sería
patear celulares,
dinamitar El Centro, talar semáforos
y olvidar para siempre
o al menos por un rato,
el recorrido del 152.

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jueves, febrero 18, 2010

Me jode, ¿y qué?

Dylan en medio del concierto diciéndole “No te creo” a un fan que le gritó “Judas”. Brian Jones endrogado en posición de loto, acariciando la citara. Los Beach Boys y la maravilla de God Only Knows. Janis Joplin y su botella de Southern Comfort embriagando a Monterrey Pop. Hendrix de rodillas, incendiando una guitarra y miles de cerebros. Los Beatles cantando All You Need is Love en cadena mundial. Morrison en pleno clímax, aullando “Queremos el mundo y lo queremos ahora”. Los hippies. El free garching. Leary. San Francisco. El ácido. La imaginación al poder. La luna. Vietnam. Las marchas. Woodstock. Elvis gordo, patilludo y empastillado en Las Vegas. Los Beatles otra vez, ahora en la azotea para dar el último concierto. Los Stones haciendo Under My Thumb mientras los Hell Angels se cargan a un negro, y Lennon anunciando “El sueño terminó”. Realmente no entiendo cómo no viví nada de eso. Lo intento y no hay caso. Estoy enfermo de mitología sesentista. Idealizo en retroceso. Vivo en el fuera de juego de un constante jet lag. No logro sacarme la espina del destiempo, la nostalgia de lo que pudo haber sido.
El vivo recuerdo de las cosas que jamás viví.
M.V.

martes, febrero 09, 2010

Para no olvidar

Hace siglos que no festejo mi cumpleaños, hace años que vengo pateando mi casamiento, y cada vez que se promueve alguna reunión masiva, trato de que no se haga en mi casa. Adelante, pueden acusarme de egoísta, desagradecido, cómodo o lo que sea, pero lo cierto es que cuánto más gente hay, menos paciencia tengo. A pesar de ello, a veces me dejo vencer por alguien o, peor, por mí mismo. Es que me asaltan extraños impulsos, ciertos arrebatos, una curiosa combinación entre buena onda, amnesia y generosidad, que no logro reprimir a tiempo.
Este año, en lugar de veranear en la costa, alquilé una casa quinta, y no tuve mejor idea que enviar un mail a mis amigos, invitándolos a pasar el día. Lo único que les pedí, encarecidamente, era que me contestaran, y que dentro de lo posible lo hicieran con tiempo, había que calcular: asado, chupi, merienda, de nuevo chupi, y cena. Como conozco sus estrategias, para evitar recriminaciones y absurdas excusas, envié el mensaje con 14 días de anticipación, incluyendo planos, explicaciones, números telefónicos titulares y suplentes. A pesar de ello, por supuesto, hubo gente (¿dije gente?) que estaba en la ciudad y que jamás contestó. Hubo otros que me respondieron: “dejame ver, después te confirmo”, y jamás volvieron a comunicarse. No faltaron los rompe cálculo que confirmaron quince minutos antes, ni tampoco los otros, los que apenas se enteraron respondieron: “estoy a full”, y jamás aparecieron. Pero lo que me enfermó fue el frenesí, la catarata de llamados, mensajes, comentarios y consultas de los días previos: “¿Y si en lugar de Panamericana tomo Acceso Oeste?”. “¿Puedo llevar a mi sobrino?”. “No te ofendas, pero no me depilé y no me da ir así. ¡Otra vez será!”. “¿Qué onda la parte del plano en la que pusiste: pasan por una zona de casas de chapa?”. “¿Hay calentador?”. “¿La pileta es profunda?”. “¿Llevo cartas o paletas?”. “¿Si está nublado qué hacemos?”. “¿Contaste a Juanchi con la novia?”. “¿Te jode si llevo la pistola de aire comprimido?”. “Si no nace Marcia, voy seguro”. “Cumplió Fabio, ¿le compramos regalo?”. “¿Tenés idea si hay kartings por la zona?”. “Llevo las bebidas, pero el hielo que lo lleve otro. En este grupo hay gente que nunca hace nada”…
Primero pensé en pedirle a mi chica que, si alguna vez se me vuelve a ocurrir algo así, me aplique electroshock. Pero entonces recordé la alegría y las felicitaciones que obtuve de ella apenas envié el mail, saqué cuentas y llegué a la conclusión de que el ochenta por ciento de las veces que caí en estas trampas (infinitas reuniones de fin de año, agasajos, cenas, despedidas de gente que sólo había visto en fotos…) fue gracias a los empujoncitos que me da la inquieta vida social de ella.
Por eso empecé a escribir esto. Y por eso lo termino ahora: NUNCA MÁS ORGANIZO NADA, CARAJO. Y que me parta un rayo.
Ya está, ahora me falta imprimirlo y calcármelo en la frente.
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miércoles, enero 06, 2010

Así empezó mi guerra contra los bañeros

Al primer destello del verano, corrimos hacia el sol de San Bernardo, y nos arrebatamos. Éramos jóvenes y nuestra piel estaba sensible... a la mirada de terceros. Ella buscaba bikinis en Chiozza, y yo en la playa. Los días eran ventosos y nuestras conversaciones se llenaban de arena y reproches. Ella adoraba a Diego Torres, y yo intentaba taparlo, sacado, gritando por dentro Champagne Supernova, con los hermanos Gallagher.
Todo se resolvió aquella tarde, en un increíble regalo de Reyes: mientras yo barrenaba y daba contra una jubilada que soñaba con almejas, mi chica acusó estar insolada… y el guardavidas se tiró de cabeza en nuestra lona, a resucitarla.
Escapé, lloré hasta encontrar locutorio, y me arrodillé, vía discado directo, frente a mis amigos: rogué perdón, asilo lejos de Chiozza, y un plan marcial para exterminar bañeros.

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