martes, diciembre 13, 2011

Cada quien con sus demonios (Kata ton daimona eaytoy)



Tengo la cabeza llena de fechas que no me sirven en lo más mínimo, y no puedo echarle la culpa a Sarmiento ni a Felipe Pigna. Por ejemplo, sé perfectamente qué día fui al recital de Duran Duran, un grupo que nunca me gustó mucho (fui gratis). Fue el 30-04-93 en Vélez (se me cayó una sota), me acuerdo que en un momento encendieron todas las luces del estadio para filmar parte de un videoclip, y me acuerdo que después hicieron un cover de Los Doors.
Lo cierto es que una fecha pelotuda me lleva a otra fecha pelotuda y así ando, con tortícolis de tanto mirar pelotudamente hacia atrás. Todos los años, cuando se acerca el aniversario, rememoro una lejana noche en Sunset en que subestimé un dolor de panza y terminé haciéndome encima. Me la paso recordando (y saludando mentalmente) el cumpleaños de gente con la que perdí contacto hace siglos y, lo que es peor, el cumpleaños de familiares de esa gente. Por eso, que me acuerde que el jueves pasado Jim Morrison hubiera cumplido 68 años, no es nada raro

Los días son claros y llenos de dolor,
envuélveme en tu suave lluvia,
el tiempo que viviste fue demasiado loco,
volveremos a encontrarnos,
volveremos a encontrarnos.


Hace muchos muchos años (ADD, antes de Duran Duran) vi un video de los Doors en el Ed Sullivan Show y flasheé, así nomás. En tiempo récord conseguí todos los discos, los hice sonar hasta tatuármelos en la memoria y no paré. A partir de ahí, me dediqué a analizar cada una de las letras y los poemas que Morrison escribió. Vi todas las películas que hizo, estudié cuanta biografía andaba dando vueltas, repasé una y otra vez los documentales acerca de su vida y me arruiné la mía, convencido de que tenía que vivir en pedo y morirme a los 27.
Sobreviví, es decir cumplí 28, y de a poco logré ir corriéndome de las sombras que proyectaba el Rey Lagarto sobre mí. Seguí adelante, y de a poco volví definitivamente a ser yo mismo. En el 2004, por acto reflejo, saqué entrada para ir a Vélez (no iba desde el 93, se me siguen cayendo las sotas). No estaba muy seguro de lo que podría encontrar, pero llegando al estadio me di cuenta. Aunque sólo se tratara de Los Doos, imaginaba que al escuchar esas canciones en vivo podría terminar de matar el fantasma. Cerrar el círculo como quien dice.
No sé si fue el eclipse total de luna de esa noche o el olor a porro que se me quedó impregnado, pero al finalizar el recital las preguntas habían crecido lo suficiente como para romper el candado de donde las escondía: ¿Por qué el chabón necesitaba tanto morirse? ¿Qué lo llevó a ahogar su talento en un mar de whisky? ¿En qué parte de su cabeza se criaban asnos? ¿Cómo hacía para escribir canciones alucinantes y, al mismo tiempo, convertir su vida en un mamarracho? ¿Fue su infancia, el padre militar, algún abuso, las constantes mudanzas de su familia? ¿Fue falta de amor o de jugadores?

Oh, dime dónde se esconde tu libertad,
las calles son campos que nunca mueren,
libérame de las razones por las que preferirías llorar,
yo prefiero volar.


Este año cumplí el viejo sueño de viajar a París. Caminé por el barrio que él caminó cuarenta años antes, me saqué fotos en la puerta del edificio donde vivió y murió, y en el Père Lachaise, frente a su tumba, de la nada me puse a temblar como una viuda, recordando el significado de esas palabras en antiguo griego que su familia eligió como epitafio: Kata ton daimona eaytoy. Jim Morrison dejó un racimo de exquisitas canciones y despegó rápido para que yo me quedara mirando el cielo. Lo que él más deseaba era tirar la toalla y saltar del ring, incluso antes de la campana inicial. Eso es todo lo que sé y voy a saber de él. Ninguna fecha, disco, poema, periodista o psicólogo pueden explicarme ninguna vida.
Ni los demonios que la habitan.
MV



lunes, octubre 31, 2011

The Movement of a Hand




El movimiento de la mano, tranquilamente puede ser un revés. Y un golpe puede llevarte a otro, así como una canción te lleva a la otra, y otra a la otra, y cuando querés darte cuenta tenés maniatada a tu memoria emotiva, lista para pelotearla.
Hace varios años, escuchando este tema de Bright Eyes, me sentí deliciosamente insolado y confundido, y recordé Summertime en la versión de Janis Joplin, y me acordé de la biografía que había leído de ella, y de lo borracha y díscola que era, y de cómo cantaba con esa mezcla de ternura y desgarro… y de los desgarros de ella, me fui a los míos, y recorrí mis lesiones –físicas y mentales–, y en el remolino se me llenó la cabeza de polvo naranja, y me di cuenta de que gracias a todos esos años de tenis, ahora mi vida era una cuerda rota.
Una cuerda rota que sólo iba a poder unir de a ratos, con canciones como ésta.
MV

domingo, agosto 14, 2011

AC/DC, Henry Miller y el heavy metal mental

Billetera mata galán, Lucía Galán mata con Pimpinela, y a mí me mata Silvina Luna garchando en el medio del campo. Apago la compu, me tiro en la cama e intento dormir, pero estoy más acelerado que cuando hice scrum en el subte, hace unas horas. Desde la cocina, mi mujer me ofrece un chocoarroz a los gritos. No sé qué decirle. Prendo la tele, encuentro al cavernícola de Coco Silly dando su Cátedra de Macho y me pregunto: ¿Por qué la papada de Julio Grondona caló tan hondo en nuestras vidas?
Nacer fue mi primera crisis. Desde entonces se me hizo costumbre, e intuyo que si no paro ya mismo, en diez días entro en default. Todos lo inviernos intento vivir de The National, mientras un pelilargo con muñequera y tachas se sube a mi terraza y pone AC/DC a todo volumen. Quiero eliminarlo, pero para hacerlo necesito un buen libro y el autor de ese libro quiere matarme.
No me lo dijeron, LO SÉ.
Me agota el heavy metal mental. Me agota trabajar cinco días a la semana, me agota pensar en quién votar dos veces en un mismo mes, me agota no creer en el horóscopo chino, y me agota ser tigre de madera y no saber hacia dónde correr.
No me lo contaron, LO VIVÍ.
Apago la tele y agarro un libro que hace meses cajoneé en la mesa de luz. Lo abro y en el segundo párrafo Henry Miller saca un rifle. El muy sádico me apunta a la sien con: “Un hombre escribe para expulsar todo el veneno que ha acumulado a causa de su forma de vida falsa. Trata de recuperar su inocencia escribiendo, y sin embargo lo único que consigue es inocular al mundo con el virus de su desilusión”. Lo siento por quienes lean esto. Van a necesitar una inyección de azúcar. Y yo también. Ya mismo llamaría a Farmacity para que vengan a darme un buen chutazo de glucosa caribeña directo al hipotálamo. Esta noche necesito que no haga más frío. Necesito mucho chocoarroz y días largos. Necesito que nunca más sea domingo al atardecer. Necesito esconderme del hijo de puta de Henry Miller y, a la vez, necesito encontrarlo para que me explique cómo liquidar al fanático de AC/DC que está haciendo fuego en mi terraza.

martes, abril 12, 2011

Maybe you can drive my car

Tengo miedo. Es la primera vez que me pasa. Nunca antes estuve enamorado de un auto, de mi auto. Hasta hace poco veía al automóvil como un invento sobrevaluado que causaba desgracias y que, en el mejor de los casos, me permitía ir de un lugar a otro en un tiempo razonable (en Buenos Aires cada vez menos razonable es ese tiempo).
Durante años usé el coche de mi viejo, de mi pareja e, incluso, en una breve temporada en la que odié a todos los mecánicos, tuve auto propio, y jamás me sucedió nada parecido.
Sé que voy a sufrir. En cada lluvia voy a rezar contra el granizo, cualquier pequeño rayón va a significar un moretonazo en mi estado de ánimo, y para vivir sin miedo, sé que tributaré fortunas a las arcas de los trapitos con cara de malos.
No se trata de un súper auto, pero es bastante nuevo, anda como los dioses, tiene un color que lustrado me hace babear (¡painted it black!) y es un modelo que, con su sobriedad, supo adaptarse a mis posibilidades.
Como corresponde, antes de comprarlo hice una investigación de mercado. Traté de maximizar las variables Precio/Calidad/PosibilidadesQueMeLoRoben, y fue así que terminé conociendo los modelos de cada fabricante, divididos por año, cantidad de puertas y tipo de motor. Por primera vez supe lo que era un Sedán, y comprendí el significado de Hatchback (que no es “Hacer dedo”. Eso se llama hitch-hiking, ¡animal!).
Sí, caí en uno de los clichés de la vida burguesa que tanto aborrezco: el auto como una extensión de mi falo.
O falito.
MV