lunes, septiembre 20, 2010

Etapa Rosa


Todos tienen su etapa rosa. Para algunas parejas, la etapa rosa dura minutos. Para otras, la mayoría, se extiende durante meses. Y para unos pocos, la etapa rosa deviene en etapa marrón.
Y dura siglos.
La etapa rosa florece en el nacimiento de toda pareja. Sin etapa rosa no hay verdadera unión. Es que si algo caracteriza a la etapa rosa, es la total idealización de la otra persona.
Son meses en los que el corazón late más rápido, la razón pierde la razón, y el cuerpo flota. Al principio, estás tan enamorado del amor, que sentís que vas a estallar. Tu amor es tan grande, tan completo e indescriptible, esperaste tanto ese momento, tenés tantas, pero tantas ganas de fundirte en el otro, que sólo ves en el otro el reflejo de aquello que querés ver. Encima, como si esa dulce ceguera no alcanzara, el otro redobla la apuesta y sólo te muestra lo mejor que tiene.
En la etapa rosa, todo lo que dice tu pareja es cautivante, embriagador. Abundan los besos, los abrazos, las declaraciones empalagosas y los regalos. Se festejan los meses, y se habla una y otra vez de las circunstancias, de las “causalidades” que llevaron a que las dos vidas se cruzaran, chocaran y explotaran, iluminando para siempre las existencias.
Otra particularidad de la etapa rosa, es el lenguaje. En cierta forma, el habla se deforma. Se infantiliza. Se vuelve al estadio de los diminutivos y al vicio de los apodos infantilizados.
Con Camila, no sé por qué, tuvimos la mala fortuna de no poder superar la etapa rosa. Después de dos años, ella quería que siguiéramos festejando los cumple mes, y si bien no me molestaba, lo que más me importaba era que volviéramos a hablar normalmente. Ni siquiera como adultos, sino como los post adolescentes que habíamos sido cuando nos enamoramos.
–¿Me querés? ¿Hasta dónde?
–Hasta el cielo.
–No, hasta el cielo no, malo. ¡Es muy cerca!
–Bueno, te quiero hasta el cielo ida y vuelta. Ida y vuelta muchas veces.
–¿De verdad? ¿Cuántas veces”? ¿No estás cruzando los dedos, no? Jurámelo.
Y así horas.
También estaban los SMS: “¡¡Hola cosita linda!! Recién pasé por la rotisería y compré comidita rica para que comamos juntitos. Te extraño. Besinhos”.
El tiempo pasaba y yo trataba que, de a poco, nos fuéramos estabilizando. Y que a partir de ahí cambiáramos la manera de comunicarnos. En especial cuando estábamos con otra gente. Pero en lugar de eso, me encontré teniendo conversaciones cada vez más extrañas:
–¿Me querés?
–Claro que te quiero, zonzita. Te quiero mucho mucho.
–¿En serio?
–Por supuesto. Te quiero como novia, como futura esposa y como madre de mis hijos.
–¿Cómo qué más?
–Ya está, ya te dije.
–No, dale, ¿cómo qué más me querés?
–Bueno, está bien: te quiero como persona, como mujer, como jugadora de vóley, como empleada administrativa y como estudiante.
–No, como estudiante no quiero que me quieras. Este año me fue re mal en esos finales de porquería.
Así, meses. Hasta que cambié de estrategia.
SMS de ella: “Hola cosita hermosa, ¿vamos al cine hoy? Besos. Te quiero mucho”.
Respuesta: “¿Me querés como hombre, como novio, o como microemprendedor?”.
Otra vez, llegó tarde a casa y me dijo:
–Vinieron unos clientes y la idiota de mi jefa me hizo quedar una hora más. Totalmente al pedo.
–¿Al pedo la hora, al pedo los clientes o al pedo tu jefa?
Al principio se reía. Al igual que cuando yo la perseguía tratando de abrazarla, rogándole un beso más. Pero después de un tiempo, se ponía a gritar: “Bastaaaaaaa”, o “¡Cortala neneeee!”, o “No te banco mássss”.
Por último, cuando durante una pelea interrumpí sus quejas y amenazas con: “¿Me lo estás diciendo por las buenas, por las malas, o por la dudas?”, pegó un portazo y no la vi más.
Ahora estoy más tranquilo, no lo niego. Pero tampoco puedo jurar que no pienso en ella. La extraño. Por momentos un poco, y por momentos muchito. A la noche la extraño por las buenas, por las malas y por doquier. La extraño como decir de acá a la luna, como decir Infinito Punto Rojo, que es mucho más lejos que Infinito Punto Verde.
MV