sábado, febrero 02, 2013

Las hijas del vidriero y la ley de atracción



El jueves fui al cine con mi mujer.
… Día de semana, enero, Buenos Aires, no era un estreno, no se trataba de un “gran éxito”… llegamos convencidos de que si no era por nosotros, no habría función. 
Le erramos por poco. En la sala había un hombre mayor leyendo el diario. Estaba en una de las butacas que bordeaban el pasillo. El pasillo, perpendicular a la pantalla, dividía la sala en dos partes iguales.
Me sucede siempre, cuando hay tanto lugar libre, no sé dónde sentarme. Le pregunté a mi mujer, y para variar me dijo: “dónde vos quieras”.
Pensé: “ni muy lejos ni muy cerca, y que no nos moleste la pelada del único espectador”.
Así que nos sentamos al otro lado del pasillo.
Miré alrededor. Era un lugar estratégico. No sólo porque no había nadie cerca, sino también por un detalle tranquilizador: a las dos butacas de la fila de adelante le seguía una rota. Es decir, si llegaban tres o más cabezones juntos, no iban a poder sentarse justo ahí.
Bajaron la luz y vimos las publicidades sin que llegara nadie. Después hubo una pausa y apagaron las luces por completo. Seguíamos siendo tres... pero cuando la película estaba comenzando, aparecieron dos señoras caminando apuradas entre las butacas, y una tuve una visión. La visión de cuando no tengo a nadie tapándome:
–Las hijas de puta se van a sentar acá adelante, te apuesto lo que quieras –murmuré.
–¡Pst! No seas perseguido. Mirá si van a venir justo acá.
El peligro se acercaba, recé:
–No puede ser, por favor, no puede ser, no pued…
–La puta que las parió –dijo mi mujer, en un volumen no tan bajo.
Las dos se dieron vuelta sonriendo y una preguntó:
–Es  “Lo imposible”, ¿no?
“Tal cual, lo imposible acaban de hacerlo ustedes, yeguas reventadas”, quise responderles, mientras mi mujer les devolvía la sonrisa y les confirmaba que sí, que habían acertado (en todo sentido). Luego me miró y dijo:
–¿Vamos atrás?
–¿Qué?
Ya no me importaba nada. Quería romper todo. Quería acogotar a las viejas, acuchillar la pantalla, gritarle a mi mujer que mi pesimismo era experiencia acumulada, y después tirarme de cabeza contra el vidrio de la sala de proyección. Necesitaba acabar con la industria del cine en general y la industria de las butacas en particular, incluyendo a Noami Watts y al pibe de Transpoitting.
–Dale, vamos –me levanté de golpe, contenido.
Aunque en los asientos del fondo del pasillo podías apoyar la cabeza contra la pared y estirar las piernas hasta donde quisieras, esos primeros minutos los perdí en la incomodidad, maquinando: “por quéeee.  Por quéeee me pasa esto en los cines, en la playa, en el colectivo, en el tren… las odio, las odio con todo el alma, odio a la gente, por quéeeeee…” 
Al rato, cuando en la pantalla apareció el tsunami y la familia de Naomi se desmembró, lloré como un marrano y tuve ganas de abrazar a todos, incluyendo a las viejas guachas.
Y a mi mujer.
 MV