Aviso Legal: post no apto para ser leído y/o escuchado un domingo al atardecer.
10. “La despedida”, Fito Páez: Hace rato le
perdí el rastro a Rodolfo, pero esta canción (que es más tango que rock) cada
tanto tengo que escucharla. Para mí, una de las más logradas del novio de Julia
Mengolini (Duro de Domar, Canal 9)
9. “Heroína”, Sumo. Luca en inglés y con
coro, cantándole a su verdadero amor.
8. “Starosta el idiota”, Pescado Rabioso. De
Artaud, uno de los mejores discos de rock nacional. Spinetta endiablado.
7. “Té para 3”, Soda Stereo. Lo tengo entre
los mejores cinco temas del trío. Cerati despidiéndose de su padre, en su momento,
me dio mucha pena. Y ahora más.
6. “Son las 9”, Andrés Calamaro. Una
hermosa canción dentro de un disco doble lleno de grandes canciones: Honestidad
Brutal y, agregaría, autocompasión.
5. “Tal vez mañana brille el sol”, Jaf.
Tema ideal para todo aquel que no tolera la idea de pasar otro invierno junto a
Manuela Soledad.
4. “Desconfío de la vida”, Pappo. Blues del
desencanto, de lo que pudo haber sido. Después de “Juntos a la par”, el tema que
más me gusta del ex Riff.
3. “Dime quién me lo robó”, Sui Generis. Angustia
adolescente en clave rivotril. Miedos y dudas. Quiero quedarme en casa con mis
papis, pero no da, me gustan mucho la birra y las namis.
2. “Viernes 3AM”, Serú Girán. Canción de
“los que no pueden más” por excelencia. “Cierras los ojos y ves / todo el mar
en primavera…” Belleza & destrucción. Romanticismo de alto vuelo. Charly
inspiradísimo e inspirador: gracias a esta canción quise ser poeta… y terminé siendo
contador.
1. “Era en abril”, Baglietto/Garré. Principios de
los 80. La trova rosarina. Más que una canción, es una experiencia de vida. Terminás
de escucharla y sabés que no hay vuelta atrás: Mike Tayson compró un lote en tu
cerebro, y piensa construir.
El viernes fui a la Fiesta del Ataque Ochentoso, la que organiza “Basta de todo” cada tanto. Era mi debut. No saqué fotos porque creí que eso de revivir los 80 era estricto, y que
el celular atentaría contra el ambiente de época. Por supuesto, después
comprobé que había casi tantos aparatitos como personas, la mayoría ocupada en registrar
“momentos”, en lugar de vivirlos. De todas formas, cada uno hace de su vida un
pito (o un smartphone), lo único que pido es que tengan cuidado, todavía tengo el
chichón por el celular que a alguien se le escapó al estirar el brazo hacia
arriba, intentando sacar una foto artística, desde lo alto.
Hacía mucho que
no iba a un boliche, y me pareció que lo de la puerta fue un milagro: no tuve
que rogar ni hacer fila para entrar. A fines de los 80, cuando empecé a ir a
bailar, tampoco era VIP ni amigo de, pero vivía esperando en la vereda; a veces
cagado de frío;a veces desesperado
porque la entrada era en pareja y no conocía ninguna chica; y a veces sin
ninguna esperanza, seguro de que el grandote de la puerta iba a decirme: “pelo
largo”, “está lleno” o cualquier otro sinónimo de “su ruta”.
La música fue
espectacular, un verdadero viaje en el tiempo. La banda de sonido de una época
muy linda y muy cuida-parlantes de mi vida. Un tema bueno trás otro. Por
momentos saltábamos como en un recital.
De entrada
nomás, estaban pasando Soda. Después sonarían temas de Micheal Jackson, Bowie,
Depeche, Erasure, Cetú Javú, New Order y muchos más, como el que dice “Como
vez, vez, te digo que te digo que te vengas…” o “Wacha, for bisnes, ders nou
wey aut…” En gran parte, todo dentro de esa etiqueta llamada "Tecno", muy resistida cuando apareció.
Sólo una
sección no me gustó, la del Dj Nosécuánto, que pasó temas en un ritmo muy distinto a
las versiones originales.
Perla negra: la
cantidad de gente. Llenaron el Palacio Alsina hasta reventar. ¿Me decapitaste con
el precio de la entrada y no inluiste ni una consumicióno? Ok, entonces,
por lo menos, no me trates como ganado… No sé, quizás dieron muchas entradas de
regalo. Quizás pecaron de codicia. Quizás estoy viejo e intolerante. Quizás, a
la hora de hacer el cálculo, no tuvieron en cuenta que nuestras panzas y tetas
ocupan más espacio que en los 80. Lo cierto fue que estuve toda la noche braceando
en un mar de gente, pidiendo permiso, pasando mi traspiración por la
transpiración ajena y, muchas veces, empujando como en el subte a la hora pico.
Si ir de un lado
a otro era complicado, quedarse en un mismo lugar, bailando, era imposible.
En un momento,
junto a mis amigos encontramos un lugar libre para bailar, pero cerca nuestro
aparecieron unos tipos con trajes luminosos de robot, disparando unas pistolas
láser desde arriba de sancos, y todos se le fueron encima a sacar fotos. No
pueden ser tan pelotudos, quise gritarles con odio, pero no pude porque me
sentí más pelotudo que ellos.
¿Edades? La
mayoría de treinta y cuarenta, algunos veinteañeros y unospocos de más de cincuenta.
“Basta de todo” lo
escuché cinco o seis veces en mi vida, y quizá por eso no terminé de entender el
fenómeno. Los miembros del programa tomaban el micrófono y se presentaban unos
a otros como si fueran una banda de rock. Lo más loco era que la gente
aplaudía, gritaba y se abalanzaba como si fueran los Stones. Matías Martin, Jagger.
Cabito, Keith Richards… y así. La mayoría del tiempo, creo, lo hacían como
joda, conscientes de la parodia, pero a veces el rockstar se los comía.
Los tipos
estaban un par de metros arriba del nivel de la masa, dentro de una inmensa
cabina de disc jockey. Desde allí arengaban, hacían morisquetas y la gente
deliraba y se agolpaba como en la primera fila de un recital. Si Diego Ripoll,
o algún otro, decía algo, la música pasaba a tercer plano. Aunque estuviera
sonando un temazo, todos entraban en estado hipnótico. Lo mismo cuando arriba, desde
alguno de los balcones VIP, se asomaba alguna celebridad: ¿Charly García? Frío ¿Messi?
Muy frío ¿El Papa? No, Andy Kusnetzoff.
En otro momento,
hubo una especie de llamado a licitación para besar a Rafa (según me
explicaron, el columnista/personaje cómico del programa gracias a la falta de
algún que otro jugador). Una rubia levantó la mano, subió al estrado, le metió
la lengua hasta el esófago y después lo abrazó como si estuvieran por casarse… Una locura. Algún día
espero entenderla, o sentirla. Por lo pronto, ya me puse a escuchar el programa
y, apenas tenga la oportunidad, voy a llamar para participar de alguna consigna
y darme a conocer: quizás el Rafa está por renunciar…
Mi
kinesióloga me tiene confundido. Habla como argentina, toma mate como
uruguaya, canta Montaner como venezolana, me recibe como italiana y me
despacha como islandesa. Desde el primer día –tres sesiones atrás–
ella sola instaló el doble beso en nuestra relación. Lo raro es que sólo
lo aplica en el saludo de llegada (la partida es un simple “chau” de
lejos), y lo más raro es la técnica: frunce los
ojos y la boca hasta que casi desaparecen de la cara, y se perfila
tanto que, en lugar de ofrecer la mejilla, te da la oreja. Un segundo
después, en el entretiempo, pensás que corrige la trayectoria del
segundo tiro… pero paf, aro y oreja otra vez. Ahora acompañados de un
mechón de pelo. Ya sé dónde termino con esto y me parece injusto: no da
ir a la psicóloga para hablar de la kinesióloga. MV