martes, abril 12, 2011

Maybe you can drive my car

Tengo miedo. Es la primera vez que me pasa. Nunca antes estuve enamorado de un auto, de mi auto. Hasta hace poco veía al automóvil como un invento sobrevaluado que causaba desgracias y que, en el mejor de los casos, me permitía ir de un lugar a otro en un tiempo razonable (en Buenos Aires cada vez menos razonable es ese tiempo).
Durante años usé el coche de mi viejo, de mi pareja e, incluso, en una breve temporada en la que odié a todos los mecánicos, tuve auto propio, y jamás me sucedió nada parecido.
Sé que voy a sufrir. En cada lluvia voy a rezar contra el granizo, cualquier pequeño rayón va a significar un moretonazo en mi estado de ánimo, y para vivir sin miedo, sé que tributaré fortunas a las arcas de los trapitos con cara de malos.
No se trata de un súper auto, pero es bastante nuevo, anda como los dioses, tiene un color que lustrado me hace babear (¡painted it black!) y es un modelo que, con su sobriedad, supo adaptarse a mis posibilidades.
Como corresponde, antes de comprarlo hice una investigación de mercado. Traté de maximizar las variables Precio/Calidad/PosibilidadesQueMeLoRoben, y fue así que terminé conociendo los modelos de cada fabricante, divididos por año, cantidad de puertas y tipo de motor. Por primera vez supe lo que era un Sedán, y comprendí el significado de Hatchback (que no es “Hacer dedo”. Eso se llama hitch-hiking, ¡animal!).
Sí, caí en uno de los clichés de la vida burguesa que tanto aborrezco: el auto como una extensión de mi falo.
O falito.
MV