lunes, octubre 27, 2014

Día perfecto

Me hackearon la máquina.Violaron mi intimidad. Antes de que los programas de chimentos lo pasen, lo subo yo.


 

viernes, octubre 24, 2014

Lo que Babel No Se Llevó #15 "Culpa"

Noche histórica (x Macelo Vertua)

Tenía diecisiete años, vivía en estado de revolución hormonal, y había bebido. 
Ese, al día de hoy, es todo mi alegato. El mismo al que vuelvo una y otra vez, cada vez que cierro los ojos para dormirme.
Luego de cinco años, esa noche no habría ausencias, ni llegadas tarde, ni nudos de corbata mal hechos, ni tráfico de exámenes resueltos. Esa noche era La Despedida, el festejo, la salida final de un grupo de sobrevivientes de un colegio católico. Después de esa última noche, habría tiempo para todo lo que no importaba: reencuentros forzados, actualización de biografías, cervezas con sabor a nostalgia y la vida que nos empujaría al fuego cruzado de la adultez: estudio, trabajo, familia…
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sábado, octubre 18, 2014

Alrededor de Lío (Parte IV)



Lío es como un amigo sin trabajo y sin preocupaciones materiales: su riqueza es el tiempo libre y las ganas de molestar.
Cuando quiere jugar, te muerde suave y sale arando. Cuando no quiere y lo cargoseás, te muerde suave y se queda echado, desafiante.
A la hora de comer, en lugar de mirar lo que le servís en bol, levanta la cabeza y se queda observando todo lo que guardás, como diciendo: no podés ser tan tacaño.
Cuando termina de comer, sacude una de las patas delanteras, como si se le hubiera mojado.
Cuando se enoja, baja las orejas y achina los ojos.
Mira partidos de tenis por tevé y, si el peloteo es largo, la mosca verde que va y viene le quema tanto la cabeza, que hay que atajarlo para que no le tire un zarpazo a la pantalla.
Cuando lo retás, cierra los ojitos hasta que le pedís perdón, de tanta pena que da.
Verlo correr me encanta. Verlo dormir me apasiona. En especial cuando hay mucha luz y usa una patita pata taparse la cara.
Los días de mamitis, no le alcanza con seguirte y andar pegado: necesita aúpa. Aúpa hagas lo que hagas.
Su estilo de vida sigiloso una vez al día nos obliga a:
–¿Lo viste?
–Estaba con vos.
–Sí, pero después se fue con vos…
Acto seguido, operativo SWAT: uno se fija bajo la cama, el otro revisa bajo el sofá, uno sale al balcón, el otro espía entre la pared y la biblioteca…
–¿Se habrá escapado cuando salí a sacar la basura?
Tensión. Cruce de miradas acusadoras… uno sale al pasillo, escaleras arriba, y el otro baja los cuatro pisos y no se detiene hasta la vereda: una vez lo trajo la vecina del segundo, pero por lo general resulta que está durmiendo en mi bolso de fútbol, o dentro del placard.
Todas las mañanas se  trepa a nuestra cama a la misma hora, y nos despierta olfateándonos y haciéndonos cosquillas en la cara con sus bigotes. Para despistarlo, probé no dejar entrar ni una gota de luz natural en toda la casa, pero su puntualidad siguió arruinándonos el sueño extra del fin de semana.
Si hace frío, además de subirse, aprovecha algún hueco y se mete bajo las sábanas, o se enrolla sobre mi cabeza para convertirme, según Kary, en Daniel Boone versión roncador.
Otra nueva, pisar el suelo lo aburrió. Ahora se dedica al parkour. Salta de la silla a la mesa, de la mesa a la mesada, luego audita las hornallas, y de ahí a otra silla… Para él, todo es caminable. La mesa dónde comés, el escritorio dónde trabajás, la biblioteca, las almohadas, tu panza… el pasa con sus patitas por encima de todo, y lo inspecciona.
Desde que Lío entró en casa, todos los días me despierto gritando: “¡Salí de mi cabeza! ¡Bajá de la heladera! ¡Los laxantes de Kary nooo! ¡Que hacés en el bidet!…”, pero en lugar de stress, me causa gracia. Mucha gracia.
Nuestro gatito sigue siendo torpe, cariñoso, inmaduro y juguetón. Es tan considerado que, desde el primer momento, nos hizo creer que nosotros somos sus amos, y no al revés… con Kary, gracias a Lío, desarrollamos este amor masoquista: cuánto más nos engaña, más orgullosos estamos de él.

viernes, octubre 17, 2014

Alrededor de Lío (Parte III)




Lío está grande. Todavía no es adulto (sigue con la voz finita) pero ya se convirtió en un desesperado de la comida: quiere lo de él, lo tuyo y lo de la basura. Si lo llamás, es probable que no te dé bola, pero si escucha el ruido de la alacena donde están sus golosinas, aparece al instante: te roza los pies, te hace caritas, maúlla… despliega toda su capacidad actoral. Lo que mejor le sale es el papel de huérfano/desnutrido, pero también puede hacer de galancito.
Además de teatro, enseña yoga: todos los días nos da clases magistrales de estiramiento y relajación.
Donde hay siesta, está él. Siempre apoyando una parte de su cuerpo sobre el tuyo.
Cuando se duerme y se tapa los ojos con las patitas, nos mata. Él se enrolla y nosotros nos quedamos mirándolo, embobados, esperando el momento para taparlo. Sí, nos encanta arroparlo y ver hasta dónde cede. Mientras lo cubrimos con la mantita, abre un poco los ojos y enseguida los cierra, cómo diciendo: “estos boludos otra vez…”, pero se deja, quizá porque el sueño lo inmoviliza, quizás porque sospecha (por error) que ése es el precio del techo y la comida.
Cuando entrás a la cama, tenés que dejar quietos los pies. Si ve que algo se mueve bajo las sábanas, le declara la guerra. Por supuesto, disfrutamos torturándolo moviendo apenas los dedos, y una vez que pica lo atrapamos con los pies, nos lo pasamos de un lado al otro de la cama como una pelota, hacemos jueguito, lo subimos y lo bajamos como en una montaña rusa... así, un rato, hasta que se cansa de luchar y se va cabizbajo.
Hay días que está distante. Hay días que no se te despega.
Miedos: tiene algunos. Por lo general se trata de ruidos. El grito lo detiene. La aspiradora lo espanta. El camión de la basura lo aterroriza.
Cuando entra en modo asustadizo, lo acosamos con caricias y a mí siempre se me escapa el mismo comentario: “pobre gatito, un día de estos entra un pajarito malo y se lo come”. Entonces, entre los besos y abrazos de Kary, emerge la mirada de Lío, como diciéndome: “callate nabo, no seas garca…”.

sábado, octubre 11, 2014

Flash foward




Los que dicen que el mundo es un pañuelo, nunca se sacaron el dedo de la nariz. Me escapé de tantos lugares, que podría llenar el álbum de Titanes en el Ring con la cara enfurecida de la gente que dejé atrás.
Nunca volví a encontrármela. Ni a ella ni a nadie de la familia, y tampoco es que lo disfrute. Tuve que hacerlo. Tal vez se deba al tipo de enseñanza que recibí: “Que tu mano derecha no sepa qué hace la izquierda”, “de lo que escuches no creas nada, y de lo que veas sólo la mitad”, “la paja se come el trigo”, y cosas así... Tal vez fue eso y no culpo a nadie, pero tampoco vengan a señalarme. Quiero decir, es fácil darle forma a un recuerdo hasta convertirlo en algo distinto, pero es difícil mantenerse limpio minando el pasado.      
Que me busquen. Nadie puede enjaular a un destello y si hay algo que sé, es brillar por mi ausencia.
No me gusta andar proclamándolo, pero en este tiempo aprendí a cagarme en todo. Especialmente en mí mismo. Eso me mantuvo vivo. Vivo y tapado de mierda.
Los sociólogos dicen que lo mío es un estigma generacional, y yo me pregunto: ¿qué es una generación? ¿Una masa de idiotas nacidos en una misma época, bailando un lento de César Banana con la ropa interior palometeada? ¿Un grupo de sátrapas disparando hacia cualquier parte, con la zanahoria del consumo metida hasta el esófago? Desconfío de los recuerdos. Nunca fui bueno para defender el futuro y no creo en los males generacionales, así como tampoco creo que pueda perder lo que jamás tuve. Si esa última vez no volví, no fue para traicionarla. Estaba cansado. Necesitaba rebobinar, y después adelantar todo lo más rápido posible, hasta el final.    
MV