sábado, octubre 18, 2014

Alrededor de Lío (Parte IV)



Lío es como un amigo sin trabajo y sin preocupaciones materiales: su riqueza es el tiempo libre y las ganas de molestar.
Cuando quiere jugar, te muerde suave y sale arando. Cuando no quiere y lo cargoseás, te muerde suave y se queda echado, desafiante.
A la hora de comer, en lugar de mirar lo que le servís en bol, levanta la cabeza y se queda observando todo lo que guardás, como diciendo: no podés ser tan tacaño.
Cuando termina de comer, sacude una de las patas delanteras, como si se le hubiera mojado.
Cuando se enoja, baja las orejas y achina los ojos.
Mira partidos de tenis por tevé y, si el peloteo es largo, la mosca verde que va y viene le quema tanto la cabeza, que hay que atajarlo para que no le tire un zarpazo a la pantalla.
Cuando lo retás, cierra los ojitos hasta que le pedís perdón, de tanta pena que da.
Verlo correr me encanta. Verlo dormir me apasiona. En especial cuando hay mucha luz y usa una patita pata taparse la cara.
Los días de mamitis, no le alcanza con seguirte y andar pegado: necesita aúpa. Aúpa hagas lo que hagas.
Su estilo de vida sigiloso una vez al día nos obliga a:
–¿Lo viste?
–Estaba con vos.
–Sí, pero después se fue con vos…
Acto seguido, operativo SWAT: uno se fija bajo la cama, el otro revisa bajo el sofá, uno sale al balcón, el otro espía entre la pared y la biblioteca…
–¿Se habrá escapado cuando salí a sacar la basura?
Tensión. Cruce de miradas acusadoras… uno sale al pasillo, escaleras arriba, y el otro baja los cuatro pisos y no se detiene hasta la vereda: una vez lo trajo la vecina del segundo, pero por lo general resulta que está durmiendo en mi bolso de fútbol, o dentro del placard.
Todas las mañanas se  trepa a nuestra cama a la misma hora, y nos despierta olfateándonos y haciéndonos cosquillas en la cara con sus bigotes. Para despistarlo, probé no dejar entrar ni una gota de luz natural en toda la casa, pero su puntualidad siguió arruinándonos el sueño extra del fin de semana.
Si hace frío, además de subirse, aprovecha algún hueco y se mete bajo las sábanas, o se enrolla sobre mi cabeza para convertirme, según Kary, en Daniel Boone versión roncador.
Otra nueva, pisar el suelo lo aburrió. Ahora se dedica al parkour. Salta de la silla a la mesa, de la mesa a la mesada, luego audita las hornallas, y de ahí a otra silla… Para él, todo es caminable. La mesa dónde comés, el escritorio dónde trabajás, la biblioteca, las almohadas, tu panza… el pasa con sus patitas por encima de todo, y lo inspecciona.
Desde que Lío entró en casa, todos los días me despierto gritando: “¡Salí de mi cabeza! ¡Bajá de la heladera! ¡Los laxantes de Kary nooo! ¡Que hacés en el bidet!…”, pero en lugar de stress, me causa gracia. Mucha gracia.
Nuestro gatito sigue siendo torpe, cariñoso, inmaduro y juguetón. Es tan considerado que, desde el primer momento, nos hizo creer que nosotros somos sus amos, y no al revés… con Kary, gracias a Lío, desarrollamos este amor masoquista: cuánto más nos engaña, más orgullosos estamos de él.

2 comentarios:

German dijo...

Chicos: TIENEN que comprar un puntero laser. Creanme, no se van a cansar nunca...

Marcelo dijo...

Esa es buena! ja. No se me había ocurrido. Lo vamos a implementar.