martes, agosto 02, 2016

Los lunes limo, fragmento



Voy a la farmacia. De este lado del mostrador somos varios, todos a punto de abalanzarnos sobre el enemigo: una vendedora de guardapolvo blanco que, en soledad, le hace frente a nuestra urgencia y grita “ciento cuatro”. Miro mi número y no es. Mientras espero, una señora mayor intenta que la atiendan sin número y otra, de más edad, la ubica al instante. La vendedora termina con el 104 y llama al 105. Miro mi número y tampoco es. Pasan los minutos y se repiten las decepciones. La vendedora es una central nuclear. Derrocha tanta energía que me canso de sólo verla. El cartelito prendido al bolsillo informa que se llama Beatriz, y su determinación agrega que alguna vez fue directora de escuela. “Es un sistema perverso”, me digo, y ya no sé si me hablo del sistema educativo o sanitario, pero el hilo de ideas absurdas me lleva a cualquier parte, lejos… y entonces bingo, una tribuna festeja en mi cabeza y reacciono con demora. Sí, soy víctima del delay que me hizo odiar a todos los que llamaron. Pido permiso. Avanzo. Le entrego a Beatriz el 109, la receta y el carnet de la obra social. El 108 la dejó nerviosa, me doy cuenta por cómo clava mi número en el pinchapapeles. Mira el plástico, mira la receta, mira mi cara y me pide el documento. Se lo entrego y lo observa. Cuando estoy seguro de que va a objetar algo, me lo devuelve y se pierde en el fondo. Regresa con el medicamento. Vuelve a estudiar la receta y me mira, está enojada. Apoya la cajita en el mostrador. Me dice:
–No se lo puedo entregar, señor. La fecha tiene que estar escrita a mano. En computadora no sirve. ¿Me entiende? Debe tener la misma letra y birome que la firma.
Pienso, pienso, pienso… y nunca existo. Tengo tanto ácido que se me atora la garganta. Toso, trago, y cuando estoy por elaborar una frase que combine ironía y reclamo, quedo sordo:
–¡Ciento diez!


Extracto del relato Magical medical tour.  

jueves, julio 28, 2016

Los lunes limo, Ed Casa de Gatos

Antes de que seas decapitado por la próxima factura de luz, o de agua, o de gas, te aviso que Los lunes limo  mi nuevo librito de relatos, con ilustraciones de Dina Fisman,  se encuentra disponible en:
La Libre Bolívar 646, San Telmo, CABA
Editorial Casa de Gatos
La Casa del Árbol Fitz Roy 2487, Palermo, CABA
MercadoLibre.com (para retirar por el barrio de Belgrano, o pedir envío a domicilio o sucursal a través de OCA)




jueves, octubre 01, 2015

Eden (película) y un poema de Robert Creeley



El finde fui al cine. Vi Edén, una peli francesa que cuenta las peripecias de un DJ que empieza su carrera en los albores de la música electrónica, durante los primeros 90, y continúa hasta estos días. El protagonista y su compañero forman Cheers, y se mantienen fieles a su estilo hasta las últimas consecuencias. En paralelo, y a modo de contraste, cada tanto aparecen los Daft Punk, que surgieron al mismo tiempo, tocando en los mismos clubes parisinos.

Los DJ, y la música electrónica en general, no me interesan, pero la peli me dejó pensando.
Una vez leí que tener ambición para lo que no se tiene talento, es un crimen. ¿Pero qué pasa cuando tenés talento para aquello que ya a nadie le interesa? ¿Y la suerte, qué papel juega? ¿Hasta cuándo insistir? ¿Hasta dónde dedicarle la vida? ¿Cuál es la diferencia entre el terco y el luchador incansable?    


Supongo que la respuesta, si es que la hay, es injusta y sale en el diario del lunes, o se esconde en este poema, que alguien lee en la película:

Un ritmo

Todo es un ritmo,
desde el cerrarse
de una puerta, hasta el abrirse
de una ventana.

Las estaciones, la luz
del sol, la luna,
los océanos, el crecimiento
de las cosas,
la mente de los hombres,
íntima, volviendo a ellos
de nuevo,
creyendo que el final

no es el final, volviendo
atrás el tiempo,
ellos muertos pero
con alguien por llegar.

Si estoy muerto en la muerte,
en la vida también
me muero, me muero...
Y las mujeres lloran y se mueren.

Los chicos crecen
hasta ser solo viejos.
El pasto se seca,
la potencia se va.

Pero se encuentra con otra
que vuelve, oh no la mía,
no la mía, y
a su tiempo muere.

El ritmo que se proyecta
desde sí mismo continúa
doblegándolo todo con su fuerza
desde la ventana hasta la puerta
desde el techo hasta el piso,
luz al abrirse,
oscuridad al cerrarse.

Robert Creeley

martes, febrero 10, 2015

Perder la Onda



En enero se cumplió un nuevo aniversario del día en que supe que había perdido la onda. Me acuerdo perfecto: estaba con Kary en la playa, tomando sol. Ya nos habíamos acostumbrado a que los tarjeteros de los boliches nos miraran y siguieran de largo, y era un placer. Pero esa tarde se acercó uno. Se puso de cuclillas y, mientras esgrimía dos tarjetas, largó el speech:
–Chicos, acá les dejo invitaciones. Esta noche toca Alelacruá en…
Yo lo escuché así, rápido, todo junto, y como no conocía a la “banda”, sin querer lo interrumpí:
–¿Qué música tocan?
Lo dije sin ironía, con verdadero interés, dejando fluir mi veta de pelotudo y experto musical.
El pibe me miró fijo y enseguida lo diagnostiqué; tenía 70% de aburrimiento, 10% de indignación y el resto era cansancio provocado por preguntas idiotas no formuladas por admiradoras bonitas.
–Ale Lacroix es diyei –me dijo cortante, poniéndose de pie, casi sin que se le moviera la cara.
Cuando me repitió el nombre, algo se destrabó en mi cabeza y supe que me hablaba de un ex modelo y ex presentador de videos (¡VJ!) de MTV… pero ya era tarde.
Tarde porque la música electrónica no me parecía música, sino ruidos, y porque los DJ eran Disc Jockeys, y los Disc Jockeys pasaban música y no la tocaban (Pappo´s doctrina). Tarde porque para mí, la música bailable había alcanzado el punto caramelo catorce años antes, en 1989, con Depeche, New Order, Camouflage y algunos otros. Tarde porque el tarjetero se había ido con nuestras tarjetas, y porque Kary se cagaba de la risa, amenazándome con contárselo a mis amigos, a los más enojados, a los que vivían jurándome que yo era un fósil, que mi cultura no era retro sino retrógrada, y que no había vuelta atrás.


miércoles, enero 28, 2015

Mojar o hacer bolo



Soy un gordo reprimido. Cuando estoy de visita en la casa de alguien, salvo que los anfitriones y demás invitados sean de mucha confianza, tengo prohibido mojar las medialunas (o lo que sea) en el café con leche. Tampoco se me permite, porque “es más asqueroso todavía”, utilizar el sistema alternativo: morder un pedazo, retenerlo en la boca, darle un trago al café con leche y recién ahí empezar a moldear eso que en las clases de biología llamaban bolo alimenticio.
No sé si es de mal gusto o no, pero en varios cumpleaños me salvó de la muerte por asfixia.

sábado, enero 17, 2015

La bragueta y el farmacéutico

De chico la odiaba y me desconcertaba. Sin embargo, esta mañana, dedo índice mediante, me escuché decirla: “Tenés la farmacia abierta”.

jueves, enero 15, 2015

La playa y la tiranía de los culos



Los guardavidas existen porque el único lugar de la playa donde el hombre está a salvo de los culos es pasando la rompiente.
Por más esfuerzo que hagas, en toda jornada playera hay un momento en que los culos te ganan la batalla, y no hay anteojos de sol que lo disimulen. Culos dibujados, culos picados, culos fifí, culos fofos, culos entangados, culos acampanados, culos achatados, culos amenazantes... hay una hora en que toda esa variedad se une para asediarte y destruir tu armonía. Decís “pasame el mate” y ves un culo. Mirás el mar, y las olas traen culos. Cerrás los ojos, y en tus retinas afloran culos, entonces pensás “Basta”, pero te das cuenta que en realidad lo dijiste porque tu mujer te responde: “Sí, basta porque te doy vuelta la cara de un sopapo”. 


jueves, enero 08, 2015

No es calle para viejos



El 31 pasé por Villa Gesell. Hacía mucho que no iba. Por lo general, el turista viaja a la costa para divertirse y descansar. En cambio yo voy a hacer peritajes; mi tarea es hallar momentos, lugares o cualquier otra evidencia de mi primera juventud (ahora estoy en la tercera). 
Esta vez no quise pasar por la puerta de las casas y departamentos donde alguna vez me alojé con amigos. Es un ejercicio que me agota y que le aburre mucho a Kary, aunque ella me jure lo contrario. En las dos horas que estuve caminé un poco por el centro y otro poco por la playa. La Avenida 3 estaba llena de gente, a pesar de que ya casi era nochevieja. Transitar de nuevo esas veredas fue raro. En parte, porque se enciende el motor de los recuerdos: esa obsesión por el juego de las diferencias que cada treinta segundos me hace decir “Ahí, en ese local donde venden máquinas de sacar selfies, en el 93 había un bar de mesas con teléfono que se llamaba Phone me...”
Pero pasear por la 3 también fue raro por el contraste, porque en el reflejo de las vidrieras veía a un señor mayor, que era yo, braceando en un mar de pendejada, que también era yo pero con veinte años de diferencia. “No es calle para viejos”, “en mi época era distinto”, “la cumbia le ganó al rock” y cosas por el estilo gritaba en mi cabeza ese cascarrabias mayor, que era y no quería ser yo.
Cuando llegué a la 105, entré a la vieja galería y me alegré al ver que aún seguían en pie un par de librerías de viejo, pero sentí una especie de tirón cuando llegué al fondo y vi que el cine había cerrado. Volví a la principal, hice una cuadra, doblé en la 106, y ahí mi mismo renuncié a la excursión: el Carlitos de Gesell, el que estaba frente a Dixit, se encontraba tapiado y en alquiler. Saqué una foto y enfilé hacia el salvoconducto de la Avenida 4. Podría haber seguido por la 3 hasta Centerplay y decirle a Kary: “Mirá, mirá. Acá, en enero del 92, una vez, a eso de las cuatro de la mañana, pasó tambaleando Cucho Parisi, el de Los Decadentes. Nos acercamos a saludarlo y terminó contándonos que Raquel, la mina de la canción, en realidad se llamaba Rebecca y era más fácil que...” Sí, podría haber torturado a Kary con esa y otras anécdotas pelotudas, dignas de un enfermo de los recuerdos insignificantes, pero preferí decirle: “volvamos, me duelen las piernas”.

miércoles, diciembre 31, 2014

Un graffiti en el cielo navideño



Nochebuena. Casa de mis suegros. Poco después de llegar y saludar, aprovecho un intervalo en que nadie me dirige la palabra y voy al baño. Para lo segundo, soy un fundamentalista de aguantar hasta volver a mi casa, pero en caso de retorcijones como éstos, si no actúo rápido, todo termina en un desastre ecológico, lo sé. 
En pocos minutos la estadía resulta exitosa: el malestar desapareció, la mochila del inodoro no se trabó, y las aguas danzantes del bidet no me quemaron. Antes de volver al fuego cruzado de la reunión familiar, me lavo las manos y me preparo para disparar desodorante de ambiente. No sé si aprieto muy suave o muy fuerte, pero algo falla y en lugar de rocío, sale una serpentina amarilla que dibuja un graffiti en el cielo raso. En eso, escucho que afuera alguien pregunta por mí. Otro responde. Alguien quiere saber si me fui por el desagüé. Todos se ríen. Siento pasos. Golpean. Digo: “ocupado”. Kary me responde: “¿Estás bien?”. “Sí”, le digo y recuerdo que, con ella, las respuestas cortas generan conversaciones largas. Me dice. “¿De verdad? ¿No necesitás nada? Te estamos esperando para comer”. Le digo: “arranquen” y pienso: odio charlar a través de las puertas. Antes de alejarse, me avisa: “tranquilo, no hay apuro”, pero en mi cabeza lo paso al revés y escucho: “no me hagas pasar papelones”.
Salgo del baño, freno, tomo aire, me seco la frente con la manga de la camisa y avanzo. Están todos sentados a la mesa. Me acomodo en la silla y Kary, a mi lado, insiste en voz baja:
–¿De verdad te sentís bien?
–Sí, te lo juro mi amor.
–¿Qué te pasó, entonces, que estás tan transpirado?
–Nada, estuve limpiando el techo del baño.    


martes, diciembre 23, 2014

La música disco y el Hombre de Sistemas


La semana pasada, en la cena de fin de año del laburo, sobre el final de la noche me encontré al Hombre de Sistemas: un pibe al que yo imaginaba más o menos de mi misma edad, y con quien sólo había tratado un par de veces, ya que ambos somos “externos”; simulamos que trabajamos al igual que el resto, pero lo hacemos desde fuera de la oficina.
Nos saludamos, y las copas previas de cada uno por su cuenta nos hicieron entrar rápido en confianza; chistes y chicanas futboleras en honor al estadio de River, erguido justo al otro lado de la avenida.
Mientras mirábamos cómo delante nuestro se desarrollaba el bailongo, nos dimos cuenta de que los mozos ya no servían más bebidas, y ahí mismo formamos una especie de sociedad cuya principal actividad sería conseguir otra botella de tinto. Una vez que la tuvimos, chocamos las copas y yo casi digo: “Siempre hay un momento real para brindar…”, pero en ese instante empezó a sonar un tema bastante conocido de fines de los 70 (Rapper's Delight), y todos los que estábamos ahí nos pusimos a cantar, tararear o mover un poco los pies, excepto el Hombre de Sistemas.
Lo miré como si estuviéramos protagonizando una película de espías, y le pregunté:
–¿Conocés este tema?
Esperaba que me respondiera, “Obvio, pero es una garcha”, o “¿Qué te importa, gilún?”, pero en cambio se encogió de hombros y dijo:
–No me suena.
Entonces, con el tono más banana y detestable que soy capaz de escenificar, me escuché contestarle:
–¿Pero vo´dónde estuviste en los 80?   
–Nací en el 84 –me devolvió mecánicamente, sin dejar de mirar el horizonte bailable, y sentí que todo se venía abajo: el Monumental, la complicidad, lo retro, la cultura pop, la noche, la sociedad vitivinícola, la clave de acceso mental a cualquier software... Todo, absolutamente todo por los putos diez años que yo llevaba vividos en 1984.