viernes, noviembre 14, 2014

Otro jueves cobarde



Ayer a la noche, como todos los jueves, salí de casa para ir a jugar al fútbol con mis amigos. Cuando estaba llegando, me di cuenta de que sería imposible. No había luz en toda la zona. Me acerqué a la puerta del club y estaba cerrado. Eso significaba, además de no fútbol, no bañarse, no quedarse a cenar, no volver a casa después de medianoche.
A medida que fueron llegando los demás, surgieron propuestas: “¿Y si vamos a tomar unas cervezas?”, dijo uno, y otro agregó: “Dale, mejor no, bah, no sé…” Otro comentó: “Una cosa importante: si vamos a volver cada uno a su casa, antes avisemos a nuestras esposas, no vaya a ser que…” Risas. Risas y más oscuridad. Me miré la ropa, me olí y dije: “así vestido como estoy, y encima con el ungüento que me pasé por las gambas, no puedo entrar ni a la Rural”. Me subí al auto y emprendí el regreso. Cuando pasé por la Plaza Devoto me volví a mirar, me dije “sos un lechón” y frené. Corrí 4.800 metros, elongué, y volví a casa dos horas antes de lo habitual. Kary estaba sola pero ya había comido. Pedí una pizza, me bañé, y mientras miraba el partido de River, comí siete porciones. Yo solo, sin ayuda, en diez minutos: la mitad del tiempo que el estómago tarda en avisarle al cerebro que está lleno, y el cuádruple de calorías que acababa de quemar una hora antes, al borde del desmayo.
MV

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