viernes, marzo 29, 2013

La trampa de la liquidez




No puedo quejarme, gracias a este laburo me compré un auto y dos LCD, uno para la habitación y otro para el living. Amueblé el departamento y pasé dos veranos inolvidables, quince días en una cabaña a metros del mar. Gracias a este trabajo y a la obra social, mi mujer recibió un tratamiento costosísimo en un hospital de primera. Gracias a este trabajo, después de todo ese miedo y dolor, pudimos hacer una gran fiesta de casamiento e irnos un mes a Europa.
¿Me fue bien?
Me fue bárbaro, hace diez años que estoy asfixiándome en este laberinto de escritorios, pidiendo permiso hasta para ir al baño, yendo una y otra vez en contra de mis principios y soportando toda clase de pequeñas grandes humillaciones. En este trabajo, sin emitir una sola queja, dejé lo que supuestamente eran los mejores años de mi vida. Engordé, perdí pelo, viví años contracturado y fui advertido por usar polera, llegar tarde, caminar despacio, tener cara de culo y escribir “Hola” en lugar de “Estimado”. Gracias a este trabajo nunca dejé de sentirme vago y sospechoso, a pesar de que jamás me robé una birome y trabajé como un animal, salvo algún mediodía que canté “médico” y me escapé al cine. Gracias a este trabajo perdí varias vacaciones y demasiadas chances de acompañar a mi mujer en su peor momento. Desarrollé el arte de ejecutar órdenes y contraórdenes al mismo tiempo, bailé toda clase de ritmo durante nueve horas diarias, y me especialicé en festejar para afuera los chistes malos de mi jefe, y en festejar para adentro el simple hecho de que los gritos o los telegramas no fueran dirigidos a mí. Gracias a este laburo llego a casa agotado y sin ganas de hablar con nadie durante horas, o con ganas de boxear al primero que se me cruzara. Sufrí tortícolis, diarreas, depresiones y crisis nerviosas. Como logro, puedo jactarme de casi hacer quebrar a la obra social que tanto me ayudó: les saqué fortunas por las constantes visitas a traumatólogos, kinesiólogos, gastroenterólogos, psicólogos y psiquiatras, quienes me recetaron pastillas que me dejaron el estómago dado vuelta y el cerebro agrietado, listo para afrontar cada jornada con la alegría y motivación que me caracterizan.
¿Me fue bien?
Me fue de maravilla, y cuando me asciendan y me den más tareas y responsabilidades, me va a ir mejor todavía. Porque eso significa que en algún momento van a aumentarme el sueldo. Entonces voy a buscarte para refregarte en la jeta cada uno de mis éxitos. 
Y allá vos.
MV

2 comentarios:

Agostina dijo...

Y bueno, muchas veces demostrarle a cierta gente hasta dónde podés llegar es lo más satisfactorio que se puede hacer.
Pero también hay que ver qué nos estamos haciendo a nosotros.


(me gustó mucho la entrada)

Marcelo dijo...

gracias a agostina.
todo tiene un precio, hay que ver hasta dónde se está dispuesto a pagar.
A veces uno hace las cosas por razones equivocadas, como demostrarle a los demás tal o cuál cosa.
Saludos!