jueves, febrero 19, 2009

The Caicedo´s Manifiesto





En las librerías porteñas hay un pequeño Boom llamado Andrés Caicedo (1951-1977), y yo no puedo dejar de imaginar a un editor argentino que, cansado de la anorexia de los números y las quejas de su jefe, de pronto se acuerda de John Kennedy Toole, mira por la ventana, hace link con el escritor colombiano (cuya obra, hasta el momento, circulaba marginalmente) y dice: “ya está”.
Toole escribió La conjura de los necios y, diez años antes de que lo editaran, se mandó a mudar. Tenía 31 años.
Caicedo 25.
Y me parece que van a exprimirlo, que van a reeditar todo, absolutamente todo lo que aparezca o parezca de él.
Hace poco me prestaron Que viva la música. La protagonista y narradora es María del Cármen Huerta, una "chica bien" que de pronto deja las comodidades de su hogar para irse detrás del tocadiscos que resuena en su cerebro. Así, entra en un periplo de fiestas, bailes, aturdimiento, amantes, desarreglo de los sentidos… Lo que se dice una espiral hacia el corazón del Rock, aunque aquí, más que nada, se trata de rumba y otros ritmos caribeños.
Al principio, me costó entrarle a la prosa de Caicedo. Supongo que por falta de costumbre. Estoy habituado al español-español (coño, gilipollas), al español-mejicano (pinche cabrón, guey), pero no leí casi nada en colombiano.
Más allá de esto, mucho no me gustó el libro, salvo un fragmento. A cuatro páginas del final, el autor, un poco cansado, le pide permiso a la narradora y dice: “Tu”, y ahí mismo sabemos que nos habla directamente a nosotros, y sentimos un escalofrío. Entonces se despacha con:

"Tú, haz aún más intensos los años de niñez recargándolos con la experiencia de adulto. Liga la corrupción a tu frescura de niño. Atraviesa verticalmente todas las posibilidades de precocidad. Ya pagarás el precio: a los 19 años no tendrás sino cansancio en la mirada, agotada de capacidad de emoción y disminuida la fuerza de trabajo. Entonces bienvenida sea la dulce muerte fijada de antemano. Adelántate a la muerte, precísale una cita. Nadie quiere a los niños envejecidos. Sólo tú comprendes que enredaste los años para malgastar y los años de la reflexión en una sola torcida activa intensa. Viviste al mismo tiempo el avance y la reversa.

Cuando estés reventando acompañado, ¿tú qué harás? ¿Te quedaras dormido con la boca abierta delante de quienes han admirado siempre tu vitalidad? ¿Te despedirás dando tumbos para que se dé a tus espaldas un ramo de habladurías? ¿Reventarás encima de de los otros? ¿Por qué buscas la compañía en tus momentos de degradación? Vuélvete adicto a los vicios solitarios.

Tú, no te detengas ante ningún reto. Y no pases a formar parte de ningún gremio. Que nunca te puedan definir ni encasillar.

Que nadie sepa tu nombre y que nadie amparo te dé.

Que no accedas a los tejemanejes de la celebridad. Si dejas obra, muere tranquilo, confiando en unos pocos buenos amigos. Nunca permitas que te vuelvan persona mayor, hombre respetable. Nunca dejes de ser niño, aunque tengas los ojos en la nuca y se te empiecen a caer los dientes. Tus padres te tuvieron. Que tus padres te alimenten siempre, y págales con mala moneda. A mí qué. Jamás ahorres. Nunca te vuelvas una persona seria. Haz de la irreflexión y de la contradicción tu norma de conducta. Elimina las treguas, recoge tu amor en el daño, el exceso y la tembladera.

Todo es tuyo. A todo tienes derecho y cóbralo caro.

No te sientas llenecita nunca.

Aprende a no perder la vista, a no sucumbir ante la miopía del que vive en la ciudad. Ármate de los sueños para no perder la vista.

Olvídate de que podrás alcanzar alguna vez lo que llaman "normalidad sexual", ni esperes que el amor te traiga paz. El sexo es el acto de las tinieblas y el enamoramiento la reunión de los tormentos. Nunca esperes que lograrás comprensión con el sexo opuesto. No hay nada más disímil ni menos dado a la reconciliación. Tú, practica el miedo, el rapto, la pugna, la violencia, la perversión y la vía anal, si crees que la satisfacción depende de la estrechez y de la posición predominante. Si deseas sustraerte a todo comercio sexual, aún mejor.

Para el odio que te ha infectado el censor, no hay mejor remedio que el asesinato.

Para la timidez, la autodestrucción.

Adonde mejor se practica el ritmo de la soledad es en los cines. Aprende a sabotear los cines.

No accedas al arrepentimiento ni a la envidia ni al arribismo social. Es preferible bajar, desclasarse; alcanzar, al término de una carrera que no conoció el esplendor, la anónima decadencia.

Para endurecer la unidad sellada, ensaya dándote contra las tapias.

No hay momento más intenso ni angustioso que el despertar del hombre que madruga. Complica y prolonga ese momento, consúmete en él. Agonizarás lentamente y de berrido en berrido enfrentarás los nuevos días.

Es prudente oír música antes del desayuno.

Tú, disimula el olvido. Aprende a contemplar inconmovible toda génesis. Si te tienta la maldad, sucumbe: terminaréis por rodar juntas del mismo brazo.

Come de todo lo que sea malo para el hígado: mango viche y hongos y pura sal, y acostúmbrate a amanecer con los gusanos. Créete Ceiba, que también cría parásitos.

Tú, no te preocupes. Muérete antes que tus padres para librarlos de la espantosa visión de tu vejez. Y encuéntrame allí donde todo es gris y no se sufre. Somos muchos. Incomunica el dato."

Andrés Caicedo

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ese final vale todo el libro. Para colgar en un poster...