Lío es como un
amigo sin trabajo y sin preocupaciones materiales: su riqueza es el tiempo libre
y las ganas de molestar.
Cuando quiere jugar,
te muerde suave y sale arando. Cuando no quiere y lo cargoseás, te muerde suave
y se queda echado, desafiante.
A la hora de
comer, en lugar de mirar lo que le servís en bol, levanta la cabeza y se queda
observando todo lo que guardás, como diciendo: no podés ser tan tacaño.
Cuando termina de
comer, sacude una de las patas delanteras, como si se le hubiera mojado.
Cuando se enoja,
baja las orejas y achina los ojos.
Mira partidos de
tenis por tevé y, si el peloteo es largo, la mosca verde que va y viene le
quema tanto la cabeza, que hay que atajarlo para que no le tire un zarpazo a la
pantalla.
Cuando lo retás,
cierra los ojitos hasta que le pedís perdón, de tanta pena que da.
Verlo correr me
encanta. Verlo dormir me apasiona. En especial cuando hay mucha luz y usa una
patita pata taparse la cara.
Los días de
mamitis, no le alcanza con seguirte y andar pegado: necesita aúpa. Aúpa hagas
lo que hagas.
Su estilo de
vida sigiloso una vez al día nos obliga a:
–¿Lo viste?
–Estaba con vos.
–Sí, pero
después se fue con vos…
Acto seguido, operativo
SWAT: uno se fija bajo la cama, el otro revisa bajo el sofá, uno sale al
balcón, el otro espía entre la pared y la biblioteca…
–¿Se habrá
escapado cuando salí a sacar la basura?
Tensión. Cruce
de miradas acusadoras… uno sale al pasillo, escaleras arriba, y el otro baja
los cuatro pisos y no se detiene hasta la vereda: una vez lo trajo la vecina
del segundo, pero por lo general resulta que está durmiendo en mi bolso de
fútbol, o dentro del placard.
Todas las
mañanas se trepa a nuestra cama a la
misma hora, y nos despierta olfateándonos y haciéndonos cosquillas en la cara
con sus bigotes. Para despistarlo, probé no dejar entrar ni una gota de luz natural
en toda la casa, pero su puntualidad siguió arruinándonos el sueño extra del fin
de semana.
Si hace frío,
además de subirse, aprovecha algún hueco y se mete bajo las sábanas, o se
enrolla sobre mi cabeza para convertirme, según Kary, en Daniel Boone versión roncador.
Otra nueva, pisar
el suelo lo aburrió. Ahora se dedica al parkour. Salta de la silla a la mesa, de
la mesa a la mesada, luego audita las hornallas, y de ahí a otra silla… Para
él, todo es caminable. La mesa dónde comés, el escritorio dónde trabajás, la
biblioteca, las almohadas, tu panza… el pasa con sus patitas por encima de
todo, y lo inspecciona.
Desde que Lío
entró en casa, todos los días me despierto gritando: “¡Salí de mi cabeza! ¡Bajá
de la heladera! ¡Los laxantes de Kary nooo! ¡Que hacés en el bidet!…”, pero en
lugar de stress, me causa gracia. Mucha gracia.
Nuestro gatito
sigue siendo torpe, cariñoso, inmaduro y juguetón. Es tan considerado que, desde
el primer momento, nos hizo creer que nosotros somos sus amos, y no al revés… con
Kary, gracias a Lío, desarrollamos este amor masoquista: cuánto más nos engaña,
más orgullosos estamos de él.
2 comentarios:
Chicos: TIENEN que comprar un puntero laser. Creanme, no se van a cansar nunca...
Esa es buena! ja. No se me había ocurrido. Lo vamos a implementar.
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