Robert se aferraba
al micrófono. Detrás, la banda, inmutable, empujaba la música contra el
frío, hacía los corazones. La nieve bajaba en cámara lenta y en el jardín todo
se había vuelto blanco. Y por encima del blanco había un manto de pereza, el agobio
de las tardes sin sol. Sonaba Pictures of you, y el cantante se movía
delicadamente, como si en cualquier momento fuese a resquebrajarse.
Yo observaba.
Quería guardar todo, tallarlo en mi cerebro…
La melodía parecía
llegar de puertos lejanos, en pequeñas olas. Las palabras sonaban frágiles,
hipnóticas, y yo me sentía como luego de un largo viaje, de regreso a la
infancia. La canción era una caricia en la frente, me costaba mantener los ojos
abiertos…
Cuando el tema
finalizaba, Robert notó mi presencia. Frenó la música y comenzó a insultar.
Gritaba como si lo estuvieran prendiendo fuego. Se tomaba la cabeza y se tiraba
del pelo. Los asistentes se acercaron y, con toda paciencia, le explicaron que
yo no tenía nada que ver con el periodismo ni con… No le importó. Me ordenó que
saliera inmediatamente del ensayo y me preguntó, casi llorando, qué clase de
músico creía que era él. Me dijo que no era uno de esos artistas que dejan
entrar a cualquiera en sus sueños, y que esa canción, para él, era un sueño.
Yo sólo quería
escuchar. No me interesaba hablarle, sacar fotos, ni mucho menos un autógrafo.
Me fui sin decir nada, tratando de forzar cierta lógica, algo que no arruinara
el recuerdo.
Cuando desperté, no
supe si había estado en un videoclip o dentro del sueño del líder de The Cure.
Como fuese, lo
único que espero es no volver a encontrármelo, ya sea despierto o soñando en
alguna de sus canciones.
MV
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