No puedo quejarme, gracias a este laburo
me compré un auto y dos LCD, uno para la habitación y otro para el living.
Amueblé el departamento y pasé dos veranos inolvidables, quince días en una
cabaña a metros del mar. Gracias a este trabajo y a la obra social, mi mujer
recibió un tratamiento costosísimo en un hospital de primera. Gracias a este
trabajo, después de todo ese miedo y dolor, pudimos hacer una gran fiesta de
casamiento e irnos un mes a Europa.
¿Me fue bien?
Me fue bárbaro, hace diez años que estoy
asfixiándome en este laberinto de escritorios, pidiendo permiso hasta para ir
al baño, yendo una y otra vez en contra de mis principios y soportando toda
clase de pequeñas grandes humillaciones. En este trabajo, sin emitir una sola
queja, dejé lo que supuestamente eran los mejores años de mi vida. Engordé,
perdí pelo, viví años contracturado y fui advertido por usar polera, llegar
tarde, caminar despacio, tener cara de culo y escribir “Hola” en lugar de
“Estimado”. Gracias a este trabajo nunca dejé de sentirme vago y sospechoso, a
pesar de que jamás me robé una birome y trabajé como un animal, salvo algún
mediodía que canté “médico” y me escapé al cine. Gracias a este trabajo perdí
varias vacaciones y demasiadas chances de acompañar a mi mujer en su peor
momento. Desarrollé el arte de ejecutar órdenes y contraórdenes al mismo
tiempo, bailé toda clase de ritmo durante nueve horas diarias, y me especialicé
en festejar para afuera los chistes malos de mi jefe, y en festejar para
adentro el simple hecho de que los gritos o los telegramas no fueran dirigidos
a mí. Gracias a este laburo llego a casa agotado y sin ganas de hablar con
nadie durante horas, o con ganas de boxear al primero que se me cruzara. Sufrí tortícolis,
diarreas, depresiones y crisis nerviosas. Como logro, puedo jactarme de casi
hacer quebrar a la obra social que tanto me ayudó: les saqué fortunas por las
constantes visitas a traumatólogos, kinesiólogos, gastroenterólogos, psicólogos
y psiquiatras, quienes me recetaron pastillas que me dejaron el estómago dado
vuelta y el cerebro agrietado, listo para afrontar cada jornada con la alegría
y motivación que me caracterizan.
¿Me fue bien?
Me fue de maravilla, y cuando me
asciendan y me den más tareas y responsabilidades, me va a ir mejor todavía.
Porque eso significa que en algún momento van a aumentarme el sueldo. Entonces
voy a buscarte para refregarte en la jeta cada uno de mis éxitos.
Y allá vos.
MV
2 comentarios:
Y bueno, muchas veces demostrarle a cierta gente hasta dónde podés llegar es lo más satisfactorio que se puede hacer.
Pero también hay que ver qué nos estamos haciendo a nosotros.
(me gustó mucho la entrada)
gracias a agostina.
todo tiene un precio, hay que ver hasta dónde se está dispuesto a pagar.
A veces uno hace las cosas por razones equivocadas, como demostrarle a los demás tal o cuál cosa.
Saludos!
Publicar un comentario