El once ese
El 11 de septiembre de 2001 yo estaba en la
oficina. Aún no teníamos internet. La esposa de un compañero llamó por
teléfono, y cuando él cortó y empezó a pasarnos la data, todos rodeamos
su escritorio, vigilando que no bajara ningún jefe.
Al rato, el teléfono de nuevo: otro avión, nadie entendía nada.
Ese martes a la mañana, cada tanto me escapaba de mi box e iba hasta la
ventana. El cielo estaba limpio, ningún indicio de nubes o columnas de
humo. “Tachá dos torres”, dijo uno, y todos nos reímos y entramos en una
larga cadena de bromas y ocurrencias. Ahí dentro, en esa oficina,
aprendí que el encierro, el hastío y la monotonía me convertían en una
máquina expendedora de sarcasmo y chistes fáciles.
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