No quiero hacer
apología, pero tengo que decirlo: los jóvenes de ahora no saben manejar en
pedo. Por eso hay tantos accidentes. Y por eso llegamos al punto en que un
sábado a la noche la ciudad es un campo minado de controles. No podés salir a
cenar. Te agarran con dos vasos de vino encima y te quedás sin auto. Ni hablar
de la multa y la quita de puntos.
Como diría mi
abuelo y repetiría mi viejo, en mi época era distinto.
Primero, a las
dificultades que generaba el pedo no había que sumarle la fuente de distracción
que significa el celular.
Segundo, el único
límite de pasajeros te lo daba el auto y tu capacidad de contorsión. En mi
Taunus 77 entrábamos seis o siete. Es decir, seis o siete posibles conductores
a la hora de volver.
Al igual que la
juventud de ahora, estábamos en plena debacle. No teníamos noción de lo que
significaba “ser medido” y no nos importaba en absoluto eso de “saber chupar”.
Salíamos y nos emborrachábamos sin pensarlo… pero una vez que estábamos dados
vuelta, sabíamos elegir al chofer.
Apenas salíamos del
boliche, controlábamos que estuviéramos todos (muy a nuestro pesar esto era así
el 99% de las veces. El único motivo para pagar la entrada a un boliche era
ganarse una mina y llevarla esa misma noche al telo, pero lo máximo que
sacábamos del boliche era un teléfono, que a veces resultaba falso y a veces se
perdía en la amnesia de los tequilas).
Una vez que
teníamos la lista, tachábamos a los que en el algún momento de la noche habían
vomitado. No importaba si habías quebrado cinco horas antes, durante la previa.
El sujeto “vomitado” quedaba inhabilitado por jornada entera. Es que según
nuestras estadísticas, había alta probabilidad de que en algún momento
posterior al incidente, el “vomitado” padeciera uno o varios síntomas, como arranques
de euforia, depresión, tendencia al llanto acompañado del mantra “no tomo más”,
debilidad corporal, flojedad intestinal, o sopor agudo.
Por supuesto, este
primer filtro a veces fallaba. El sistema funcionaba por denuncia, y si los
testigos eran pocos se los corrompía con facilidad, en la barra. Además, si
alguien había regurgitado sin ser visto, jamás lo admitía. Por orgullo, pero
también por principio legal: nadie estaba obligado a declarar en su propia contra.
Después de esa
primera ronda, uno por uno debía responder la pregunta de “¿Estás para manejar?”.
Esta interrogación, simple en apariencia, aportaba un gran caudal de
información. Aquel que respondía “no” o “no sé”, se convertía en candidato. Los
que juraban que sí y decían cosas como “¡Mirame, estoy perfecto!”, iban directo
a la lista negra y era muy difícil que se los moviera de ahí, por más que luego
superaran con holgura las dos pruebas restantes.
La primera era el
test Noti-Dormi: quien no aguantaba dos minutos con los ojos abiertos era
descartado. Y ojo abierto era ojo abierto: el medio asta era presunción de mala
fe y calificaba peor que un ronquido.
Aquellos que lo aprobaban,
pasaban al examen Conde Atilio: además de mantener los ojos abiertos durante otros
sesenta segundos, se agregaba la dificultad de no poder reírse.
Ser nombrado chofer
era ser nombrado presidente de mesa. Se lo consideraba carga pública. Si te
negabas, los demás estaban en derecho de llamar a gendarmería. La función de chofer
terminaba con la entrega de llaves al dueño del auto, luego de estacionarlo y cerciorarse
de que todas las puertas quedaran con la perilla baja y los vidrios levantados.
Podía hacerlo de onda, pero de ningún modo el chofer estaba obligado a cargar
pesos muertos, embocar llaves, apretar botones de ascensor, suministrar agua, quitar
zapatos, silenciar perros excitados, ni mucho menos hacer de escudo frente a padres
furiosos.
Por último, si
nadie resultaba 100% apto, se le daba el volante al que más se había acercado,
o al que más cerca vivía del dueño del coche, para que nadie tuviera que andar
tambaleando muchas cuadras.
Mi Taunus. Aprendiendo a manejar, se las hice todas. Pero él también tenía lo suyo: en las cunetas tenías que sostener la palanca de cambio para que la segunda no volviera a punto muerto, y te quedaras acelerando en el aire.